El president Pujol tiene un deseo: quiere que el hecho diferencial catalán acabe siendo debidamente reconocido.
En realidad, el president Pujol tiene montones de deseos, que expresa sin parar. Siente tantos deseos que apenas le queda tiempo para sentir ninguna otra cosa, y menos para hablar de ella.
Pero su deseo de que el hecho diferencial sea reconocido com cal es un deseo de una categoría muy especial. Porque, así como el president expresa sus otros deseos de manera portentosamente concreta y minuciosa -desea dinero para tapar el agujero de la Sanidad pública de la Generalitat, desea el 30% del IRPF con capacidad normativa, desea que los Mossos d'Esquadra controlen el tráfico rodado, etc.-, éste lo manifiesta siempre de un modo vaporoso, espiritual, casi poético. Él aspira a que se reconozca el hecho diferencial, pero nunca concreta ni quién es el que tiene que reconocerlo, ni qué forma debería adoptar ese reconocimiento, ni si eso es algo que quiere para ahora mismo, o para mañana, o para un futuro más o menos indeterminado.
Por no precisar, ni siquiera precisa -y eso es lo que vuelve más inasible todo el conjunto de su deseo- qué entiende él por hecho diferencial.
Doy por supuesto que no se refiere a que el pueblo catalán es diferente. Lo es todo pueblo, por el mero hecho de serlo. ¿Querrá tal vez dar a entender que es más diferente? Pero, más diferente ¿de quién? ¿Del pueblo valenciano? ¿Del de Ses Illes? Me da que esa vía de reflexión no resulta demasiado prometedora. Para el president, quiero decir.
Por lo demás, las diferencias, así sean nacionales, no llevan aparejadas consecuencias políticas automáticas. Hay pueblos muy diferentes que conviven cómodamente unidos dentro de un mismo marco estatal -váyase usted a Hawai a reclamar a sus nativos que se separen de los Estados Unidos porque su hecho diferencial es enorme-, y hay en cambio pueblos considerablemente homogéneos desde el punto de vista nacional -en América Latina, por ejemplo- que no tienen la más mínima intención de unificarse en un mismo Estado.
Las realidades étnicas, lingüísticas, culturales, etc., no destilan por sí solas aspiraciones nacionalistas. Y las aspiraciones nacionalistas pueden tomar cuerpo y agudizarse a partir de tensiones nacidas en otros ámbitos.
Sería bueno que el president bajara alguna vez sus reflexiones sobre el hecho diferencial de las nubes de la abstracción. Que diga en qué está pensando. Si es exclusivamente en algo para Cataluña, o si se trata de un algo que implica a su vez un no-algo para los demás.
Miquel Roca, viejo compañero de viaje del president, dijo hace cuatro meses: «Si se sigue otorgando la [categoría de] nacionalidad a todos, yo quiero que Cataluña sea región. Quiero ser distinto».
Lo dijo como una gracieta. Me gustaría saber en dónde le ve la gracia.
Javier Ortiz. El Mundo (12 de marzo de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de marzo de 2012.
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