Llegó el medio millar de jornaleros del Sindicato de Obreros del Campo a la finca sevillana de Mario Conde con Sánchez Gordillo a la cabeza y el ánimo okupa. Llevaban alicates para cortar las alambradas, y habían hecho acopio de comida y bebida fresca para pasar el día. Querían llamar la atención sobre sus problemas. Iban preparados para enfrentarse a la Guardia Civil y a los matones del exbanquero.
Para lo que no iban preparados era para toparse con las argucias de un embaucador profesional. Conde les recibió sonriente en la puerta de Los Carrizos. Les invitó a pasar: «Son ustedes mis invitados». Un pelo le faltó para añadir «...señores trabajadores». A cambio de su hospitalidad, solo les pidió que le dejaran compartir mesa y vaso de plástico con ellos, y los jornaleros, desconcertados, no supieron negárselo: nunca aprendieron a no compartir lo suyo. Y allí estuvieron, en alegre compaña, charlando de sus cosas: Conde, de lo difícil que lo tiene; los jornaleros, de cómo no lo tienen.
Cayeron en la trampa. Son demasiado buena gente. Conde se les presentó afable, y a ellos les pareció que no venía a cuento volver la espalda a quien les ofrecía su hospitalidad. Pero en el gesto del ex banquero no había hospitalidad alguna. Era una trapacería destinada a quitárselos de encima elegantemente. Sabía que, si pedía a la Guardia Civil que los sacara de allí a porrazos, su imagen saldría todavía más descalabrada. Y eso es lo último que le conviene. Por lo demás, tampoco perdía nada: otros sientan un día al año a un pobre en su mesa; bien podía él sentarse a la mesa de los pobres por un día.
Siempre he pensado lo peor de Conde. Incluso en los tiempos en los que otros hacían como que se tomaban en serio su pose de regenerador civil. No es que yo lo conociera mejor, o fuera más perspicaz. En realidad, apenas sé de él. Me limité a aplicarle el principio general según el cual nadie con escrúpulos puede llegar tan arriba. Que se haya dado el castañazo no cambia ni un ápice mi consideración: no le ha despeñado el vértigo, sino la imprudencia. Es algo que a veces les pasa a los arribistas.
Pero no basta con carecer de escrúpulos para trepar hasta la cumbre de las finanzas y la política. Desaprensivos hay muchos, por desgracia. Para ocupar un lugar entre los escogidos del poder, se requiere también ser muy hábil. Y Conde lo es. Lo demostró anteayer. Intuitivamente, aplicó el mismo principio que a gran escala aplican las clases dominantes de los países más ricos. Se dio cuenta de que, cuando el precio que hay que pagar por ello no es demasiado elevado, resulta más práctico evitar el enfrentamiento con los trabajadores. Hacer como que se les escucha. Darles la mano con una sonrisa de oreja a oreja. Tratarles con buenas maneras. Mostrarles comprensión.
Obrando así, lo más normal es que, al cabo de un rato, recojan sus bártulos y se vuelvan para casa.
Es lo que suele llamarse democracia.
Javier Ortiz. El Mundo (3 de mayo de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de mayo de 2011.
Comentarios
Aquí en Argentina, hubo un embaucador igual, el dictador general Juan Domingo Perón. En 1946 sedujo a los trabajadores que lo endiosaron como el "primer trabajador". Dominó a su arbitrio y las masas enloquecidas con este déspota falsario, lo endiosaron a él y a su mujercita Eva Duarte (Evita). En 1955, lo depusieron, pero desde España, con la ayuda del tirano Franco, molestó y molestó, enviando cartas a sus "partidarios", no dejando gobernar y provocando sabotajes, rompindo los trenes, maquinarias, etc.
Y ¡viva la pepa!.
Escrito por: edufel.2011/05/11 14:45:15.208000 GMT+2
edufel1414