Me acerco por Bilbao para tener algunas reuniones sobre libros en proyecto y para participar en la presentación de la nueva programación de EITB. Emprendo camino con una amplia lista de comidas y cenas acordadas, todas ellas en excelentes restaurantes. Típico mío: según aterrizo por Euskadi, pillo un virus despistado, o lo que sea, y me fastidio el estómago a base de bien.
En la fiesta del Guggenheim, el lunes por la noche, pensé que caía redondo. Para acabar de fastidiarla, me subieron al escenario y me pusieron un micrófono en las manos. Ni sé lo que dije. Menos mal que Arantxa Urretabizkaia, la pobre, se apiadó de mí. Fue un consuelo tener cerca a alguien que, en caso de emergencia, hubiera podido hacerse cargo de mis despojos.
Ayer me llevaron a comer a un restaurante estupendo. Apenas había probado los entrantes cuando ya tuve que acudir al WC a permitir que las viandas salieran por el mismo lugar que habían entrado (aunque con aspecto bastante menos apetitoso, ciertamente). Lo poco que cené se me quedó atragantado y hoy me he levantado con ganas de echarlo. Me vienen alternativamente sudores fríos, tiritonas y mareos.
Tengo por delante la tertulia de la radio (hoy en directo) y tres reuniones. Ignoro si podré con ellas.
Había pensado en acercarme por Donosti, que estará estupendamente, con el Festival de Cine a punto de abrir las puertas. Bastante haré si reúno las fuerzas necesarias para volver a Madrid. Una gripe de estas de ahora, supongo, que se ha cebado con mi estómago.
Sé de sobra que hoy debería estar escribiendo de Garzón, la prevaricación y todo lo demás. Sé que debería estar preparando mentalmente las reuniones que tendré luego. Pero ¿cómo diablos concentrarme en esos asuntos cuando mi maldito cuerpo no para de llamarme la atención?
Escribo. Escribo maquinal, automáticamente. Cómo lo hago, no lo sé. Mis manos son capaces de escribir en cualquier situación, parece. Recuerdo los versos de Hernández: “Aunque bajo la tierra / mi amante cuerpo esté, / escríbeme a la tierra / que yo te escribiré”. Por correo ultratómbico, supongo.
Escribo, y me doy cuenta de que tengo el cerebro como el estómago: vacío, pero con ganas de vomitar.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (18 de septiembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de septiembre de 2009.
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