Recibo una llamada de mi buen amigo Gervasio Guzmán. Alguien le ha dicho que he visitado Indonesia.
-Qué, ¿cómo es aquello? -me pregunta, curioso.
-Ni idea -le respondo.
-¿Cómo que ni idea? -se me mosquea-. Pero ¿tú dónde has estado, en Indonesia o en Babia?
El bueno de Gervasio está mal acostumbrado. Da por hecho que ver es conocer. Me temo que ha tratado a demasiados tipos de ésos que se pasan el puente del Pilar en Nueva York y que a la vuelta te sueltan largas peroratas sobre las evoluciones de Wall Street como si allí nadie osara ya mover un dedo sin consultárselo previamente.
-Mira, Gervasio -le explico-: he paseado por Yakarta y alguna que otra ciudad, he departido con varios políticos de alto copete, he visto calles, campos, carreteras, monumentos... y he sufrido, eso sí, todo el calor del mundo. Pero sería un perfecto iluso si creyera que los fragmentos de realidad que he contemplado son representativos. Ni siquiera tengo la certeza de haber acertado a interpretar bien lo que he visto. Cabe incluso que sepa más de Indonesia por lo que he leído en Madrid que por lo que he vivido allí.
Siempre me ha sorprendido la soltura con la que algunos emiten dictámenes. Aquí y fuera de aquí. Sobre cualquier cosa. Hay gente tan hábil a la hora de hacerse una composición de lugar que no sólo es capaz de conocer la realidad de un país en cuanto pisa su suelo, sino que ya incluso desde el avión puede escribir las crónicas más aceradas y coloristas sobre lo que todavía no ha visto.
Eso se llama premonición. Es un don del cielo del que carezco.
-¿Y no vas a contarnos cómo está Indonesia? -insiste el buen Gervasio-. ¡Pues vaya periodista estás hecho tú!
Fe es creer lo que no vimos. Para Gervasio, periodismo es levantar acta de lo que no sabemos.
- Probablemente escribiré de lo que he visto, sí. Y también de lo que he oído, si es que le interesa a alguien -le respondo-. Pero con todas las salvedades. Dejando claro que vaya usted a saber.
-¿Pasaste por el aeropuerto de Singapur? -me pregunta otro amigo-. Qué curioso, ¿verdad? Tan enorme, tan moderno... ¡y casi desierto!
Me deja perplejo: en efecto, pasé por ese aeropuerto, pero había bastante gente. Aquello no era Calcuta, desde luego, pero tampoco Gobi.
Es muy difícil distinguir la vivencia de la experiencia. Pero todavía más difícil resulta, por lo que veo, que el personal se dé cuenta del valor que tiene que no trates de venderle tus limitadas vivencias cual experiencias de peso irrefutablemente científico.
Javier Ortiz. El Mundo. 15 de noviembre de 2000. Subido a "Desde Jamaica" el 30 de noviembre de 2012.
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