Dice el personal de Dinamarca que no quiere el euro.
Y, que yo sepa, por allí la gente no es más tonta que en el resto de la UE.
O sea, que lo mismo resulta que el asunto es discutible.
Y si es discutible, ¿por qué no se discute? Quiero decir: ¿por qué sólo se discute en Dinamarca? ¿Por qué les consultan sólo a ellos? ¿Qué tienen los daneses -y las danesas- que no tengamos los de por aquí? ¿Disfrutan de alguna peculiaridad nacional que les haga más consultables que nosotros?
¿Ustedes recuerdan que alguien les haya preguntado en alguna ocasión si les gusta el modelo de construcción europea que se está siguiendo?
Aquí te dejan votar cada cuatro años, por sobre poco más o menos, y se supone que debes decidirlo todo con una sola papeleta: desde el bombardeo de Yugoslavia hasta la Ley de Extranjería, pasando por las parejas de hecho, los amores con Mohamed VI, la construcción de pantanos a gogó y la Ley de Financiación de las Comunidades Autónomas, entre otros miles de materias.
Incluso se supone que tienes que otorgar -aunque no te lo digan- una autorización al Gobierno de turno para que ceda a los mandamases de Bruselas las porciones de soberanía nacional que les venga en gana.
A lo de la mayoría danesa se le llama «euroescepticismo». A lo nuestro habría que llamarlo, con toda justicia, europapanatismo. Damos por supuesto que la UE es intrínsecamente benéfica, y nos plegamos a todos sus enjuagues con recalcitrante docilidad.
En media Europa ha habido, en un momento u otro, referendos para decidir si se tiraba por aquí o por allá: que si Maastricht, que si esto, que si lo otro.
Aquí jamás. Ninguno. Aquí los gobernantes cuentan con carta blanca para hacer lo que se les ponga. Incluso son libres de tomar resoluciones que no tienen posible vuelta atrás. Como la del euro, sin ir más lejos.
La Unión Europa ha resultado ser una extraña combinación de acuerdos y de peleas, de alegres cesiones de soberanía y de sucios navajeos nacionalistas, de miedos cervales a la hora de avanzar en la unidad política y de imprudencias verdaderamente imperdonables en el terreno económico.
No me extraña en absoluto que la ciudadanía danesa, a la vista de los magros éxitos cosechados por el euro en su corta existencia, y considerando las escasas ventajas que ofrece la pleitesía al Banco Central Europeo -que es como se llama ahora al Bundesbank-, haya pensado que casi se queda como estaba. Y tan ricamente.
Tal vez el problema esté en que por aquí casi nadie piensa nada. Y por eso no exige que se le consulte nada.
Javier Ortiz. El Mundo (30 de septiembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de octubre de 2011.
Nota: hoy, 7 de octubre, se estrena en Girona la obra José K, torturado.
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