Polemizo con unas amigas del gremio. Según ellas, Anguita no sabe «articular un discurso» que lo acerque a la posibilidad de gobernar.
(Paréntesis. Juan de Mairena dice: «Alumno Martínez: venga y escriba en la pizarra: "Articular un discurso"». El alumno Martínez lo hace. Mairena añade: «Ponga ahora eso en lenguaje poético». Martínez escribe: «Montárselo». Mairena apostilla: «Muy bien».)
O sea, que Anguita no sabe montárselo para hacer carrera.
Mis dos amigas me explican el fondo del problema, tal como lo ven ellas: «El objetivo central de un partido político es gobernar».
Pues no. No para mí, al menos.
En teoría -digo en teoría-, uno impulsa un partido político porque está convencido de que la sociedad debería organizarse de un determinado modo, según unos determinados principios. A partir de lo cual, plasma sus ideas en un programa -esto es, en una propuesta de conjunto- e intenta persuadir al resto del personal de que sus criterios son la mar de estupendos y que haría bien en respaldarlos. Con su voto y con su acción diaria.
Puede suceder fácilmente, sin embargo, que esas propuestas, esas ideas que a uno le parecen magníficas, sólo convenzan a una pequeña parte de la población. O que convenzan a algunos durante un tiempo, pero luego a menos, o a casi nadie. ¿Qué hacer, en ese caso? Pues, habida cuenta de que uno se ha metido en el lío de la política precisa y exclusivamente para defender esas ideas, y no para ninguna otra cosa, sólo tiene dos opciones: o dedicarse a algún menester menos ingrato -a escribir columnas periodísticas, por ejemplo- o seguir erre que erre, dando la murga con mucha paciencia, a ver si algún día hay suerte y el viento social cambia de dirección y se pone de popa.
Eso es así teóricamente, ya digo. Pero también puede suceder que uno haya optado por la profesión política no para promover este o aquel ideario, sino porque con algo hay que ganarse el pan, o porque le encanta salir en los papeles, o porque se pirria por mandar. En cuyo caso, claro, si no logra vender sus ideas iniciales, pues las cambia por otras, o por ninguna, que es lo más práctico.
Esta última hipótesis no sólo es probable, sino que de hecho es la más frecuente. Es tan frecuente que, cuando nos topamos con un personaje del otro género, de los que hacen política por ideas, la mayoría de la gente afirma que su problema es que no acierta a «articular un discurso». O sea, que se lo monta fatal. Y, estando la política como está, es probable que tengan razón.
Con su pan se la coman.
Javier Ortiz. El Mundo (19 de septiembre de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de septiembre de 2012.
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Escrito por: xosé.2012/09/18 23:26:20.514000 GMT+2