«Siria e Irán siguen dando cobijo y ayudando a terroristas. Ese comportamiento es completamente inaceptable», afirmó anteayer George W. Bush en su racho de Texas, con Silvio Berlusconi de sonriente testigo.
Hacía tiempo que el presidente de los EE.UU. no entonaba la cantinela de Siria e Irán. De hecho, el regreso a esos aires ha cogido de sorpresa a sus propios aliados, que no saben muy bien cómo interpretarlo. Más de un comentarista ha dejado ver su perplejidad: si lo que está deseando es retirar discretamente sus tropas del avispero iraquí, ¿a qué viene ponerse belicoso y lanzar nuevas amenazas?
No es tan absurdo, si se juzgan las cosas desde su mentalidad. Bush considera que los focos de resistencia que perviven en Irak se ven alentados -desde luego en el plano político-ideológico, y también en el logístico, probablemente- por la pervivencia en la región de esos dos regímenes díscolos. «Gamberros», por emplear su terminología. Si Washington consiguiera doblegarlos de una vez por todas e instaurar en Damasco y Teherán sendos gobiernos adictos, los grupos armados anti-estadounidenses de toda suerte y pelaje comprenderían que ya no tienen nada que hacer y podrían ser aplastados sin mayores dificultades. Los EE.UU. controlarían el conjunto del territorio que va desde la frontera tibetana de Afganistán con China hasta las mismísimas orillas del Mediterráneo: la zona de mayor interés geoestratégico en el mundo de hoy. Sus fuerzas armadas podrían actuar en toda esa franja -atacar, perseguir, limpiarla de nidos guerrilleros- sin necesidad de pedir permiso a nadie.
Bush y su staff -los estrategas que le marcan el paso- son conscientes de que no pueden mantenerse en Irak tal como están ahora. No cabe aceptar que día tras día los medios de comunicación den cuenta de las nuevas bajas sufridas por las fuerzas militares estadounidenses de ocupación. Con las próximas elecciones presidenciales asomando en el horizonte, ese goteo es un desastre para él: desgasta su imagen y aleja a los electores. Todo mejoraría si otros países aceptaran enviar tropas que sustituyeran a las estadounidenses, o si las Naciones Unidas se avinieran a hacerse cargo de los platos que rompió el inquilino de la Casa Blanca con palmario desprecio de la autoridad del Consejo de Seguridad. Pero ambas perspectivas -hecha la excepción de los Aznar de turno- parecen dudosamente realizables a corto o medio plazo.
Por ahí asoma entonces la tentación: no dejar las cosas a medias; ir hasta el final. Huir hacia delante.
En tiempos se decía que la guerra es una cosa demasiado seria como para dejarla en manos de los militares. Ahora vamos viendo que el asunto es más amplio y más grave. El mundo es una cosa demasiado seria como para dejarla en manos de los belicistas, sin duda. Pero no hay opción: son los que lo tienen bajo control.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (22 de julio de 2003) y El Mundo (23 de julio de 2003). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 13 de enero de 2018.
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