Aunque no creo que sea tan bruto como algunos lo consideran, debo reconocer y reconozco que detesto cordialmente tanto los planteamientos supuestamente tácticos de Javier Clemente como su modo chulesco de expresarse, más propio de las caricaturas chistosas de los bilbaínos que de la gente normal de Barakaldo, que creo que es su pueblo natal.
Pero el hecho es que ayer dio de lleno en la diana. Y hay que reconocérselo, quizá sobre todo por lo infrecuentes que son en él los aciertos. Refiriéndose a la sanción de dos años que ha recaído sobre el jugador del Athletic de Bilbao Carlos Gurpegi, acusado de doparse, el ahora entrenador del Espanyol -equipo que por fin se ha decidido a contratar a un técnico tan absurdo como el propio nombre del club- ha expresado su convencimiento de que los políticos también «toman algo» para aguantar las palizas que se dan, sobre todo durante las campañas electorales.
Yo lo he sospechado desde siempre de bastantes, viéndoles capaces de aguantar carros y carretas durante un montón de horas, día tras día. Con respecto a otros no lo he sospechado, porque no hacía falta: sé que se drogan. Algunos de manera ocasional, otros sistemáticamente. Me lo han confirmado personas que trabajan con ellos o que los conocen personalmente.
Por lo que me dicen, la cocaína es el producto más apreciado por las jefaturas políticas.
A mí no me parece mal. No soy de los que dicen alegremente que cada cual es dueño de hacer con su cuerpo lo que quiera, porque hay algunos loquequieras que luego pueden salir a la comunidad por un ojo de la cara, vía medicamentos y hospitales. Pero hay tantos comportamientos de riesgo en esta vida que, una de dos, o nos ponemos igual de estrictos con todos -incluyendo las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera- o mostramos el mismo grado de tolerancia también hacia todos. En cualquier caso, lo que no veo es por qué hay que perseguir hasta la muerte con una metralleta en la mano a los deportistas mientras con el resto de los profesionales, incluyendo aquellos en cuyas manos ponemos a veces nuestras vidas (pilotos de avión, conductores de trenes y autobuses, cirujanos, etcétera), los controles son de una enorme laxitud, y eso cuando se producen.
He dicho que no me parece mal que los dirigentes políticos se dopen para tener más resistencia a la fatiga. Otro criterio me merecen aquellos cuyos discursos y decisiones ponen de manifiesto que toman productos que obnubilan la mente y enturbian la capacidad de raciocinio. Un estricto control antidopaje del Gobierno -en su conjunto, pero especialmente de su presidente y su ministra de Exteriores- parece cada vez más de rigor.
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Nota.- Durante buena parte de ayer, mi apunte del Diario mostró dos faltas de ortografía idénticas: dos "que" convertidos en "qué". Tal como comenté a quienes me llamaron la atención muy razonablemente, la culpa fue sólo parcialmente mía. Yo escribí los "que" como correspondía: sin tilde. Pero el sistema de autocorrección del programa Word, extendido por ese estafador que lleva por nombre Bill Gates, se empeña en que, si tú colocas un "que" tras un signo de interrogación, sólo puede tratarse de un "qué", y te pone la tilde por su cuenta y riesgo. Te enmienda la plana, por más que no tenga ni puta idea de castellano. Y yo, como estaba de viaje y escribí la cosa a toda pastilla, no me di cuenta de que el ordenata me la había jugado. I'm very sorry. (Compruebo que esta última frase, dudosamente castellana, no me la ha corregido. ¿Por qué será?).
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (3 de abril de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de marzo de 2017.
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