No le rindieron los honores al molt honorable. Al revés: le silbaron. Vaya con Nou Barris.
Arguyen que el president se hizo culpable de instrumentalizar con fines electorales una actuación de Los Chunguitos. ¿Una actuación de Los Chunguitos? De acuerdo: eso sí que tiene delito. Mucho.
Pero el hecho es que el cartel anunciador del acto precisaba que Pujol iba a asistir. Y apuesto a que, por poco al loro que estuviera en materia de res publica el público congregado, sabría que Cataluña se encuentra en campaña electoral. ¿Con qué intenciones puede acudir Pujol a un acto multitudinario en plena campaña electoral? ¿Para relajarse un rato con la sutil música de Los Chunguitos? No foteu.
Él mismo se retrató. «¡No he venido a pediros nada!», exclamó. Lo que, traducido del lenguaje de los políticos al román paladino, quiere decir: «Había venido para pediros el voto, pero ya veo que no hay mucho ambiente».
Para mí, está más claro que el agua -cuando el agua está clara- que una parte del público había acudido al acto chunguito de marras con la firme determinación de hacer la cusqui al president reventándole la representación.
Desvelado lo cual, añadiré que me parece de perlas.
Hay quien sostiene que los actos políticos de hoy en día son puras representaciones teatrales. No es verdad. Se parecen al teatro, de acuerdo, en que todo lo que sucede en el escenario está previsto: los textos que recitan los actores, el decorado, la iluminación... Pero en el teatro de verdad el público puede reaccionar como le venga en gana: si quiere, aplaude, y, si la función le parece una caca, pues silba y patea, y tan ricamente. En cambio, en los mítines políticos de ahora, a la concurrencia se le exige que sea parte de la representación. O del decorado. Al modo gringo.
En el último Congreso laborista, a los disidentes no se les permitió ni siquiera subir al escenario. Debe de ser una particularidad de eso que llaman ahora la tercera vía. Sus dinámicos y modernísimos líderes ya no se dejan atenazar por viejos y campanudos principios, como el que mueve a respetar a las minorías. El público, que coree. Y si no, chitón. O que se largue.
La pitada del concierto de Nou Barris recoge una larga y sanísima tradición política, a la que también se apuntaron hace algunos años los estudiantes de la Autónoma de Madrid ante Felipe González. Se puede acudir a un mitin para rendir pleitesía al orador, pero también para gritarle que se vaya al guano, aprovechando el descuido que ha tenido poniéndose a tiro.
No se trata, en definitiva, sino del muy tradicional y gratificante derecho al pataleo.
Javier Ortiz. El Mundo (13 de octubre de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de octubre de 2011.
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