Tras tragarme el discurso inicial y buena parte de las posteriores respuestas que proporcionó José María Aznar durante su asistencia a la Comisión Parlamentaria del 11-M (por cierto: ¿por qué es obligatorio llamar a eso «comparecencia»?), mi resumen final fue que no sólo no había logrado enterarme de nada que no supiera ya sobre lo sucedido entre el 11 y el 14 de marzo, sino que tampoco había conseguido enterarme de nada nuevo sobre Aznar. Llegó incluso a hastiarme, con su inveterada tendencia a presentar sus conjeturas («Tengo la sensación...», «Me pregunto...», «No hay que descartar...», «Cabría imaginar...») como si fueran argumentos de peso. Por mucho que el careo se prolongara -y cuidado que se prolongó-, aquello era todo el rato más de lo mismo.
O eso me pareció.
Pero puede que no fuera así. Porque luego estuve escuchando los comentarios radiofónicos sobre la sesión parlamentaria y descubrí que otros habían visto y oído montones de cosas de las que yo ni me había enterado. Cosas, además, totalmente contradictorias: Aznar había estado brillante, Aznar había estado aburrido, Aznar había dado a sus oponentes una paliza total, Aznar no había acertado a responder a ninguna pregunta clave, Aznar capeó con estoicismo las impertinencias más intolerables, Aznar fue acorralado por algunos parlamentarios que lograron forzarlo a evidenciar su soberbia... Y así todo.
Confirmé de ese modo algo que no por sabido me resulta menos preocupante: la gente no ve sino lo que quiere ver.
Pero eso no es lo peor. Lo peor es que cree que lo que ve es la realidad completa, compacta, perfecta y sin fisuras.
Antes de que se iniciara la sesión parlamentaria, de buena mañana, oí a otro comentarista radiofónico afirmar no sólo muy serio, sino incluso muy crispado, que la tesis de que el atentado del 11-M fue obra de Al Qaeda «ya no se la cree ni el PSOE». Me pareció un caso fascinante de subjetivismo: no sólo confundía sus propias ideas fijas con la realidad, sino que daba por seguro que los demás también participamos de sus ideas fijas, sólo que lo disimulamos. Hay gente que no sabe ni lo que tiene ella misma en la cabeza -no aprecia la importancia de la psiquiatría, y es pena-, pero se cree experta en lo que ocultan las mentes ajenas.
Resulta curioso el juego que se monta entre los comentaristas políticos y el gran público. «Me gusta mucho lo que opina usted», me dijo el otro día una señora muy simpática después de una conferencia. «Eso va a ser porque confirma lo que piensa usted», le respondí bromeando.
Y es que a menudo no buscamos ideas nuevas, sino ratificaciones. Y hacemos mal. Mejor que oír repetido lo que ya hemos pensado por nuestra cuenta es enterarnos de cómo ven otros lo que sucede. Así, haciendo acopio de piezas diferentes, podemos tratar de completar ese endiablado rompecabezas que constituye la vida real.
Javier Ortiz. El Mundo (1 de diciembre de 2004). Columna basada en el apunte El color del cristal, publicado un día antes. Subido a "Desde Jamaica" el 29 de abril de 2018.
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