Arrastro últimamente un trauma: no tengo tiempo para responder todo el correo que recibo. Razones de educación al margen -que tampoco son desdeñables-, me fastidia mucho, porque me había hecho una cierta fama de contestador automático. Se llegó incluso a comentar por ahí: «Es uno de los pocos columnistas que tú le escribes y te contesta». En efecto: la gente me escribía y yo, mal que bien, respondía. En plan Miguel Hernández: «Aunque bajo la tierra / mi amante cuerpo esté, / escríbeme a la tierra / que yo te escribiré».
Pero ahora no puedo. Porque recibo, descontados los mensajes de relleno, no menos de medio centenar de emilios diarios. Muchos de ellos interesantes, además, para mayor fastidio. Y mi tiempo es limitado. Tengo mucha faena, viajo mucho, no paro de sacar folios para esto o para lo otro. Es así de sencillo: no doy más de mí.
Es una curiosa contradicción. Como respondes, te escriben. Pero entonces te empiezan a escribir más y más, con lo cual ya no puedes responder a todo el mundo, porque no tienes tiempo para hacerlo.
Pensando en esta pescadilla enroscada, me acordé de un tipo al que conocí a comienzos de los años 80. Me lo presentó una amiga. Era marido de una de sus compañeras de trabajo. El caso es que el hombre estaba encargado de la intendencia de la cárcel de Carabanchel. Funcionario de Prisiones. Un día que coincidimos tomando una copa me contó que, analizando la situación del centro, había constatado que cada vez iban menos reclusos a comer lo que ellos daban gratis en el comedor (no me costó creerle, porque yo había estado en esa cárcel algunos años antes y jamás aparecí por el comedor). Partiendo de esa base, pensó que cabía un replanteamiento: como iban pocos, podían darles de comer mucho mejor con el mismo presupuesto.
Lo montó en plan self service, con un par de primeros platos y dos o tres segundos, a elegir. Con sus bandejitas y tal.
Al cabo de unos cuantos días, todo el personal se había enterado de que el establecimiento había empezado a dar de comer decentemente. Con lo cual muchos reclusos empezaron a ir al comedor. Con lo cual al hombre se le fue al carajo el presupuesto.
Y se volvió a la situación inicial.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (28 de marzo de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de marzo de 2017.
Comentar