Los argumentos de autoridad resultan siempre irritantes. «Mira, de eso no me hables; si hay alguien que conozca a fondo ese asunto, soy yo», te suelta el tipo con el que discutes, y se supone que debes inclinarte mansamente ante su sapiencia -aunque no haga nada práctico por demostrarla- y retirar tus pobres reflexiones de profano profanador de arcanos.
Los argumentos de autoridad son siempre fastidiosos, digo, pero hay uno que lo es especialmente: el de quienes convierten en demoledora arma arrojadiza el hecho de que no tienen ni pajolera idea de la materia sobre la que se discute. «Claro, usted sabe mucho y está muy informado», te suelta en plan melifluo el contendiente en apuros, «pero el ciudadano de a pie ve las cosas de otra manera».
Es un recurso polémico hipócrita y deshonesto. Formalmente, el que se sirve de él parece muy modoso; de hecho, se las arregla para dejarte como un individuo que tal vez tenga mucha información teórica, pero que no se entera de lo que piensa la gente normal, de la que, ya de paso, se atribuye la representación.
¿Quién es el ciudadano de a pie? Misteriosa entidad, en un país en el que el número de motorizados crece sin parar. El ciudadano de a pie no existe: hay gente así y asao; unos con posibles y otros sin un duro; unos más enterados y otros con un despiste de aquí te espero; hay ciudadanos y hay aldeanos; hay hombres y hay mujeres; unos son vascos, otros andaluces, otros catalanes... La variedad puede estratificarse -a eso se dedican los sociólogos-, pero no imagino yo cómo podría conseguirse formar con ella esas dos categorías: los ciudadanos de a pie y el resto.
Una de las pocas ventajas que le encuentro a esta profesión que ejerzo es que no suele uno toparse en ella con gente que incurra en la osadía de dárselas de ciudadano de a pie. Casi todos sabemos que, con suerte, somos representativos de nosotros mismos. Y poco más.
Algunos se sienten incómodos en ese estado. Como se pasan el día escribiendo sobre lo que pasa, les asalta constantemente la duda de si abordan temas que interesen a «una mayoría suficiente», que diría Aznar. Tengo dos compañeros que se sirven de sus respectivas madres para resolver ese problema. Han transformado a sus madres en la personificación del ciudadano de a pie. Cuando surge una noticia de aspecto importante, echan al punto mano del teléfono: «Mamá, ¿qué te parece lo que ha soltado Felipe sobre los jueces?». Al rato cuelgan y dicen: «Parece que interesa». O, por el contrario: «La gente está ya harta de esas historias».
Con el tiempo, yo he elaborado mi propio método: sólo escribo de lo que me apetece. Y doy por hecho que, si consigo divertirme escribiendo sobre esa historia, lo mismo consigo que haya quien se divierta luego leyéndola.
Me decidí a no dirigirme a los ciudadanos de a pie cuando observé que, para mis propósitos, eran muy preferibles los ciudadanos que están sentados. Leyendo. O pensando.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de abril de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de abril de 2012.
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