Gerhard Schröder, el candidato socialdemócrata a canciller de la RFA, dice que lo suyo es «el nuevo centro». Helmut Kohl contraataca cantando las virtudes de su centro con solera. El uno evita a toda costa que se le identifique con la izquierda; el otro hace lo propio con la derecha.
Todos son de centro.
Y no solo en Alemania. Aquí, Aznar anuncia que va a impulsar un proceso de renovación del PP «hacia el centro reformista». Y Josep Borrell, que se desayunó como candidato preconizando «la unidad de la izquierda», ya se ha olvidado de ello. «No podemos dejar el centro al PP», se excusan sus allegados.
Es obvio que el centro ejerce una atracción irresistible. Vean a Tony Blair: los más conspicuos analistas coinciden en que su éxito arrollador se debe en lo fundamental a que ha sabido desplazar el laborismo hacia el centro.
Ya solamente queda por saber dónde está el centro. O sea, en qué consiste ser de centro.
No es fácil.
Hace meses, me propuse analizar la labor de los partidos políticos más acreditadamente centristas de toda Europa, con la intención de definir las especificidades de su opción. De descubrir la esencia del centro, por así decirlo.
Vana tarea. Solo les encontré una coincidencia: todos se atienen escrupulosamente a la política fijada por los órganos rectores de la UE. Pero eso no es de centro, sino obligatorio, y puede aplicarse tanto a quienes presumen de su centrismo como a los que no, conforme evidencia el deambular del pobre Jospin.
Me devané los sesos, busca que te busca, cual redivivo Diógenes, tratando de hallar el ser doctrinal del centrismo. Y en ésas pené hasta que un buen día, por fin, vi la luz. Comprendí dónde estaba mi error: no tiene sentido buscar la doctrina del centrismo, porque el centrismo no tiene doctrina. O, mejor dicho: la esencia del ideario centrista está en carecer de doctrina. Un partido centrista (o centrado, o con espíritu de centro, o con vocación de centro, que las posibilidades nominales son muchas) se caracteriza por su plena disposición a asumir con total desenvoltura en cada momento el programa que (a) mejor convenga a las necesidades de la maquinaria del poder y (b) más se conforme al humor de los votantes.
¿Debe deducirse de ello que es ociosa la conocida distinción entre centro-izquierda y centro-derecha? No. Sirve para señalar cuál es la cruz que carga cada partido. Así, el PSOE hubo de esforzarse mucho para dejar claro que era injusto considerarlo de izquierdas, igual que ahora el PP se desvive para quitarse de encima el sambenito de la derecha. Pero ambos son sin duda centristas, porque los dos están dispuestos a defender y hacer lo que sea, si eso les da más votos.
En tiempos se decía: «Ese tío no tiene principios». Ahora se dice: «Es centrista». El cambio es más importante de lo que parece: lo que antes era un reproche ahora es todo un elogio. Y un plus electoral.
Javier Ortiz. El Mundo (5 de septiembre de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de septiembre de 2011.
Comentar