Oigo voces de alarma: la lengua castellana peligra. ¿Peligra? Si hubiera que llegar a una conclusión a partir de los propios discursos alarmistas, deberíamos concluir que sí: casi todos están escritos -o dichos- en el castellano burocrático y gris que hace las veces de idioma oficial.
La lengua castellana sufre de corrosión vertiginosa, sin duda. No hay más que leer los periódicos y escuchar a quienes hablan en radio y televisión para comprobarlo. Les pongo tres ejemplos cogidos a voleo, calentitos: 1º) Un cronista de deportes lleva un buen rato diciendo y repitiendo por la radio que el marcador de un partido de fútbol «sigue inalterable». Si es inalterable, ¿cómo podría variar? ¿No querrá decir inalterado?; 2º) El locutor de un telediario se empeña, hoy como todos los días, en demostrar que la gramática no le concierne; que él puede construir frases sin verbo principal: «Finalmente, decir que...»; y 3º) Un comunicante me asegura que Nosequién «probablemente va a ser cesado». Cosa imposible. Cesar es intransitivo. Nadie puede cesar a otro, como tampoco dimitirlo.
Y así todo.
Predomina en nuestros medios informativos un castellano ramplón, repleto de frases hechas, tópicos, latiguillos manidos y circunloquios pedantones (otro ejemplo: ¿se han fijado ustedes en que, según la prensa española, ya nadie es jamás maltratado? Es objeto de malos tratos. Puaf).
No va tan mal, pero tampoco mucho mejor, el lenguaje de la calle. Menos envarado, desde luego, pero también paupérrimo. La mayor parte del personal -del más joven, sobre todo- se maneja con apenas unos cuantos cientos de palabras, lo cual evidencia tanto los límites de su capacidad expresiva como -por lo mismo- los cortos confines de su pensamiento.
A lo que se añade la apabullante influencia del inglés, que nos ataca por la espalda, con el fuego artero de las malas traducciones. Lo de menos es el acoso constante de los anglicismos; lo de más, que las construcciones sintácticas del inglés van minando una de las riquezas mayores de nuestra lengua latina: su capacidad para expresar matices y para eludir equívocos. Y el pobre subjuntivo, que se nos muere...
Pero no es nada de todo esto lo que preocupa a los paladines de ocasión que le han salido al idioma castellano. Lo que les inquieta -y de eso hablan- es «el retroceso» que la lengua castellana está sufriendo, según ellos, en Cataluña y en Euskadi.
Conviene deslindar claramente los problemas. Un asunto es que tal o cual norma legal de regulación del uso de las lenguas pueda ser más o menos desafortunada, o que el exclusivismo lingüístico de estos o aquellos pueda generar conflictos, y otra, muy distinta, que la lengua castellana corra en Cataluña o en Euskadi más peligros que en Madrid, en Cuenca o en Jerez.
Si el castellano sufre no es por culpa de quienes no lo hablan, sino por delito de quienes lo maltratan.
Entre ellos, muchos de quienes tanto lamentan su «retroceso».
Javier Ortiz. El Mundo (12 de noviembre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de noviembre de 2011.
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