Ahora se discute de eso: que si el nuevo secretario general del PSOE tiene carisma; que si no tiene carisma... Los hay que prefieren a los líderes con carisma; otros dicen que, al final, resultan mejores los que no tienen carisma. Y así.
Me resulta totalmente imposible entrar en esa discusión. Primero, porque ignoro por completo qué narices es el carisma. Felipe González, por lo visto, tenía carisma. Pues, lo que es a mí, me ha dado siempre repelús. Alergia. Me pasa con él como con Mayor Oreja: cada vez que los oigo en la radio, me debato entre mi deber profesional de escuchar lo que dicen y mi impulso intestinal de darle al botoncito del on y quitármelos de encima.
En segundo lugar, me parece que discutir sobre carismas es ceder a una concepción degradada y degradante de la política. Me importa un pijo que los dirigentes sean mejores o peores parlanchines, o que su careto salga mejor o peor en la tele. Quiero saber qué pretenden, adónde tratan de llevarme (es decir, de llevarnos), qué programa tienen, en suma. Los esclavos de Roma no se levantaron en armas contra el Imperio porque Espartaco fuera Kirk Douglas. Los espartaquistas alemanes no lucharon –y perdieron– porque creyeran que Rosa Luxemburgo tenía un aire a Linda Evangelista. La gente del PCE no fue por cientos a las cárceles durante el franquismo porque pensara, como me dijo Manolo Vázquez Montalbán en cierta ocasión, que Carrillo guardaba un cierto parecido con Anita Ekberg.
No sé si Rodríguez Zapatero tiene o no tiene carisma. Lo que sé es que no tiene programa. O, más bien, que tiene un programa oculto, que es el mismo de José María Aznar, pero con cines de arte y ensayo. O ni siquiera.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (26 de julio de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de julio de 2009.
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Escrito por: aurora.2009/07/13 21:50:31.729000 GMT+2