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2004/06/26 06:00:00 GMT+2

El calor

Ya está aquí. Amagó hace un par de semanas, pero ya vuelve el ataque con todo su furia.

Hablo del calor.

Llevo fatal el calor. De siempre.

Recuerdo con horror el día de mi primera comunión. La perpetré el 29 de junio de 1955, fecha que en San Sebastián hizo un solazo terrible, de infarto. Me disfrazaron con un repulsivo esmoquin blanco con solapas de raso que era como una sauna ambulante. Me tocó pasar por el trance en solitario, en la capilla del colegio de Santa Teresa, ya desaparecido (lo demolieron, como casi todas las villitas de mi barrio, para construir una casa de muchos pisos).

Aquel día pervive en mi memoria como una espantosa pesadilla. Doy por hecho que las ingratas condiciones en que me tocó vivir la infeliz ceremonia, en la que me encontré con un cura imbécil que se empeñó en contar a la feligresía el contenido de mi confesión para demostrar cuán inocente es la infancia -valiente chorrada-, fueron decisivas en el precoz advenimiento de mi ateísmo.

 

Mi siguiente encuentro traumático con el calor se produjo el 3 de julio de 1967 en Madrid.

Lo veo como si fuera hoy. Estaba recién casado y fui a la capital del Estado -por entonces todavía no Reino- con Begoña, mi primera mujer, para pasar unos días con una pareja de compañeros de fatigas antes de irnos a París a seguir conspirando.

Madrid podría estar tranquilamente a 35º.

Viajeros muy poco expertos, habíamos metido todos nuestros pertrechos en una sola maleta enorme.

Llegamos a la estación de Chamartín tras algo así como 12 horas en el pasillo del tren (no conseguimos asiento) y nos encontramos con que tampoco había taxis. Ni había ni se les esperaba.

Entonces las maletas no tenían ruedecitas. Y teníamos que ir hasta la Plaza de España.

Cargué la maleta todo el tiempo que pude. A mitad de la Castellana, Begoña me dijo que ya tiraba ella durante un rato del monstruo, para que yo recuperara un poco el resuello. Como la gente es muy dada a juzgar las cosas sin conocer los antecedentes, dos minutos después ya había caballerosos viandantes madrileños que me decían de todo por permitir que una mujer arrastrara aquel maletón mientras yo caminaba tan tranquilo, con las manos en los bolsillos.

Pasé aquellos días en Madrid preguntándome a todas horas cómo era posible que hubiera tanta gente viviendo en un sitio tan inhóspito. Mi actividad fundamental era ir de sombra en sombra y de horchatería en horchatería.

El destino ha querido que al final me haya pasado 28 años instalado precisamente en esa ciudad que desde el primer verano me pareció tan inhóspita.

Todos los años, uno tras otro, he blasfemado contra el calor.

Vuelvo hoy a esa tradicional actividad, aunque ya con el asidero que proporciona la existencia del aire acondicionado -loado sea su inventor- y con el alivio añadido de saber que en cosa de 15 días emprenderé el vuelo hacia lugares más ventilados, sea por el aire de las alturas sea por la brisa del mar. Vivement les vacances!

Ya os iré contando. Porque una de mis diversiones fundamentales durante las vacaciones es... seguir escribiendo.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (26 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 4 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/26 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: apuntes 2004 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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