Cada cual valora lo que le da la gana. Carmen Rigalt resaltó por aquí hace unas semanas que Borrell tiene aspecto de limpio. No es un asunto menor, aunque depende para qué. Recordé hace poco que Ernesto Guevara, según múltiples y nada parciales testimonios, se servía del jabón con pasmosa economía, a resultas de lo cual desprendía un olor corporal de atractivo más bien discutible. Dado que mi única relación con él fue leída, ese rasgo de su personalidad nunca me preocupó gran cosa. Diferente habría sido si hubiera debido seguirlo en sus andanzas por las montañas de Bolivia: lo menos que uno le puede pedir a la épica es que no huela mal.
No compararé a Borrell con el Che -ni los amigos del uno ni los del otro me lo tolerarían-, pero el caso es que el Candidato -así, con mayúscula, como lo escriben ellos-, aparte de ser una persona de aspecto aseado, y hasta un poquitín atildado, tampoco apesta en otros aspectos. No es que su olor político me fascine, pero al menos no aparece tipificado en el Código Penal, como el de algunos de sus compañeros de partido. Y, como quiera que hace mucho que me di de baja en la filosofía del cuanto peor, mejor, si tuviera que elegir, preferiría que fuera él quien se hiciera cargo de la jefatura del PSOE. Además, se expresa en un castellano más correcto que el de la mayoría de la fauna política local (oigan, cada cual tiene sus manías).
Pero no va a poder ser. Y vaya que lo siento.
Para ser dirigente máximo de un partido postinero hay que cumplir ciertos requisitos. Uno de ellos es saberse desenvolver en los pasillos. Saber conspirar, vamos. Y Borrell no sabe. Lo está demostrando con una contundencia verdaderamente anonadante. El personal del aparato lo está toreando como le da la gana.
Un dirigente político fetén debe arreglárselas también para hacer como hacemos los periodistas, esto es, para perorar sobre todo sin saber apenas de nada. Y a Borrell eso le da pánico. Si el otro día, en el debate sobre el llamado estado de la Nación, se encerró en aquel absurdo galimatías de números, no fue sólo porque errara creyendo que había encontrado un filón, sino también porque sintió la misma querencia que lleva a los mansos hacia los toriles: algo dentro de sí le dijo que mientras hablara de números no tendría que meterse a discutir sobre la Administración de la Justicia, ni sobre los medios de comunicación, ni sobre el Cesid... Porque sobre esos asuntos -y muchos otros- no tiene ni pajolera idea y, lo que es peor: huye de disimularlo. Es un manso.
Son esas -saber jugar con las ambiciones ajenas dando codazos para trepar hasta la cumbre y fingir inexistente sapiencia- dos gracias por las que no tengo mayor aprecio, pero el hecho es que que resultan imprescindibles para quien aspira a encabezar un Gobierno.
Borrell carece de ellas. Habrá que buscar otro.
Javier Ortiz. El Mundo (20 de mayo de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de abril de 2013.
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