Hubo una época en la que creí que todo tiene un límite. La experiencia me ha demostrado que no.
Las tragaderas del personal, por ejemplo, no tienen límite.
Demostración práctica: José María Aznar, de visita en Turquía, hace enfáticas declaraciones sobre la intransigencia con la que hay que defender «nuestro sistema de valores basado en la convivencia y la libertad»... y lo dice en amigable compadreo con el primer ministro turco, Bulen Ecevit, al que todas las organizaciones de defensa de los derechos humanos acusan de aplicar una política de exterminio contra el pueblo kurdo.
Pues bien: nadie ha respondido al presidente del Gobierno. Nadie le ha dicho que, si piensa así, debería empezar por aplicarse el cuento y dejar de vender armas a los terroristas de Estado como Ecevit.
El mundo se ha instalado en un escenario de cuento de parvulario, asentado en la más grosera de las simplificaciones: «La guerra del Bien contra el Mal», «la lucha de Dios contra el Diablo»... Bin Laden y sus secuaces son «el Mal». EE.UU. y su coro celestial, «el Bien». Está claro: el Gobierno turco participa del coro celestial, ergo forma parte del Bien. Automáticamente.
Lo peor no es eso, sino que, además, todo aquel que se permite cuestionar el maniqueísmo del planteamiento pasa a ser catalogado de inmediato como cómplice del Mal.
La banda de Bin Laden no es «el Mal». Primera y fundamentalmente, porque «el Mal» no existe. La vida no es un auto sacramental. Hay muchos males. De muy diverso tamaño y de muy diverso tipo. El representado por Bin Laden es un mal, pero su existencia no excluye los demás. Y no todos se agrupan en el mismo bando.
¿Que hay que perseguir y castigar a los autores de la atrocidad de la semana pasada en Nueva York y Washington? Por supuesto que sí, y con la mayor severidad. Pero de ahí a concluir que el mundo entero deba convertir al Gobierno de los EEUU en su indiscutible paladín, aceptando sin rechistar cuanto decida y haga, hay un largo trecho. Mejor dicho: lo había, porque la mayoría de los gobiernos occidentales lo han recorrido de la noche a la mañana sin tomarse el trabajo de consultar a sus respectivas ciudadanías. Es más: negando que fuera necesario consultarles nada.
De momento, el cuento de parvulario ya se nos ha convertido en una película de vaqueros, con su cartel de Se busca, vivo o muerto y todo.
Mucho me temo que en esta película los europeos estemos destinados a hacer el indio.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (18 de septiembre de 2001) y El Mundo (19 de septiembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de septiembre de 2010.
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