«El azar no es sino el modo en que se manifiesta la necesidad»
(Roger Garaudy, La liberté)
He tenido una semana -otra semana- de trabajo intenso. No me quejo. Peor sería que no me encargaran nada.
Como buena parte de mi labor de escritor me la curro en casa, trato de hacérmela más llevadera oyendo música.
Hay gente que es incapaz de escuchar música mientras escribe; se distrae. A mí me ayuda, siempre que sea música conocida. Con frecuencia pongo un cedé, aprieto la tecla de repeat all y dejo que vaya y vuelva durante horas y horas: diez, doce, lo que me dure la sentada ante el ordenador. Y al día siguiente, lo mismo. Y al siguiente.
He escrito libros que están asociados en mi memoria a un solo disco. El felipismo de la A a la Z es para mí el Brecking Ball de Emmylou Harris. Si oigo ahora ese singularísimo disco, respondo como el perro de Pavlov: me vienen los sentimientos, las vivencias y hasta los olores de aquellos pocos meses de 1996 que invertí en escribirlo.
De lunes a viernes de esta semana que acaba, he escuchado una y otra vez un disco de recopilación de la obra de Ray Charles, que ahora está muy de moda, probablemente por lo del Óscar. Tras repasármelo un centenar de veces y terminar de una puñetera vez el trabajo con el que estaba, mi cabeza -voluble tanto por naturaleza como por afición- se me fue a otros territorios. Ya valía de Ray Charles.
Oí que al fondo, en la sala, en una película de televisión que no estaba viendo, sonaba la voz de Otis Redding cantando I've Been Loving You Too Long (To Stop Now) y me vino el deseo de escucharla. Otra vez Pavlov: me sentí en 1971 en mi casa de Burdeos, en la rue de la Coquille, oyendo una y otra vez ese disco, y me acordé de mi amigo Eugenio preguntándome en tono de coña por qué me gustaba tanto ese señor «que se pasa todo el rato llorando».
Miré entre mis discos y encontré viejos vinilos de Redding. Pero no aparecía por ningún lado el I've Been Loving You de marras. Peor aún: encontré una patética versión en directo de The Rolling Stones, en la que Mick Jagger exhibía un hilillo de voz con el que desafinaba como un canalla. Sólo sirvió para darme aún más deseo de escuchar el original.
De modo que, delincuente que soy, miré a ver si podía bajarme la canción por Internet. Y sí. Allí estaba. Cómo no: es un clásico.
Pero, según estaba seleccionado la descarga, vi otra cosa que me pareció que tenía que estar muy bien: «Otis Redding & Aretha Franklin: Georgia On My Mind». «Vaya, qué bien, no sabía que eso existiera. ¡Pues para casa también!», me dije. Y la incluí en el lote del burrito.
Esta mañana, según me he levantado, he mirado el estado de la cuestión. Ya estaba descargado el Georgia On My Mind de Redding-Franklin.¡Excelente!
Según me disponía a repasar la prensa del día, lo he metido en el equipo de música para escucharlo.
Y he comprobado que era, en efecto, Georgia On My Mind. En la misma clásica, inimitable, inconfundible versión de Ray Charles que me he pasado oyendo una y otra vez, sin parar, durante toda la semana.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (5 de marzo de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 10 de marzo de 2010.
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