Llevo años tratando de convencer a la gente que se dedica a organizar actos de protesta de lo conveniente que sería que estudiaran las consignas que difunden para que el personal las coree, mayormente para que los manifestantes no parezcamos aún más cretinos de lo que realmente somos.
Hay consignas que no resisten el más elemental análisis. «¡Obrero despedido, patrón colgado!», he oído vocear en decenas de concentraciones sindicales. Dejemos de lado la hipótesis de que pueda haber algún despido procedente -así sea como excepción- y detengámonos directamente en esa estrafalaria reivindicación de la ley de Lynch. ¿Son partidarios de la pena de muerte quienes lanzan tan sonoro eslogan?
Otra consigna que me ha tocado ampliamente las narices durante años: «¡Contra violación, castración!». ¿Hay mente que crea que el centro regulador de los actos de un violador se sitúa en su pitilín y no en su maldito cerebro?
«¡No seas tan racional; no te lo tomes tan literalmente!», me dicen. Pero, si estamos de acuerdo en que esas ideas son de una estupidez supina, ¿a cuento de qué corearlas?
Admito que hay consignas que tienen su gracia, aunque no pretendan ser científicas. Recuerdo una que leí en una pared de Alicante a comienzos de los años 80. Alguien había pintado: «El Premio Nobel de la Paz, para Juan Carlos I». Y una mano anónima había apostillado debajo: «Y la Medalla del Trabajo, para su padre».
El otro día me topé con una concentración en las puertas de un centro de salud cercano a mi casa. No era muy numerosa. Me acerqué para ver de qué iba aquello y comprobé que no era un acto motivado por ningún hecho sucedido en el centro, en particular, sino una protesta contra la degradación de la Sanidad Pública, en general. Una enfermera leyó un escrito, que apenas se oyó por culpa del ruido ambiente. La gente aplaudió un poco. El acto era de una combatividad limitada y, tal vez por ello, una congregada decidió animarlo poniéndose a corear consignas.
-¡Ana Botella, trabaja de doncella! -gritó.
Me quedé perplejo. Tras reflexionar un rato sobre la cosa, me dirigí a la mujer que repetía el ripio con creciente entusiasmo y le pregunté:
-Perdone, pero ¿por qué quiere usted que Ana Botella trabaje de doncella, en concreto? ¿Ha elegido ese gremio por algún motivo especial o tan sólo porque doncella rima con Botella? En el caso de que se apellidara Pérez, ¿qué gritaría usted? ¿«Ana Pérez, trabaja de alférez», por ejemplo?
La mujer me miró de arriba abajo y me respondió de un modo que revela a las mil maravillas el nivel del debate político de este país.
-Pero tú, tío, ¿de qué vas? ¿Eres del PP o qué?
Me lo puso tan a huevo que no pude evitar la réplica:
-No, señora; no soy del PP. Soy doncella.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de febrero de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de abril de 2018.
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