La utilización de la enseñanza de la Historia al servicio de las necesidades del poder político que la controla es una práctica tan vieja como la propia disciplina escolar. Stalin llegó a teorizarlo con cándido cinismo: «La Historia es un arma para la lucha política del presente», escribió. En los libros soviéticos de Historia, los personajes entraban o salían y eran héroes o villanos según las conveniencias del momento.
Otros no lo reconocen, pero hacen tres cuartos de lo mismo.
Estoy seguro de que la denuncia que ha hecho pública la Academia Española de la Historia tiene base. No dudo ni por un momento de que la Generalitat de Cataluña y el Gobierno de Euskadi propician una enseñanza de la Historia que refleja su propia visión del devenir de sus pueblos respectivos. Me habría extrañado lo contrario.
La Academia de la Historia se enfurece y dice que los políticos no tienen que reinterpretar el pasado; que deben limitarse a propiciar que se enseñe tal cual fue. ¡Tal cual fue! Qué bobada.
En contra de lo que la Academia parece dar por hecho, la Historia dista de ser una ciencia exacta. Tanto la selección de los hechos que se incluyen en ella como su valoración implican decisiones cargadas de ideología. Hace pocos meses, el PP recordó a Joaquín Almunia que, en contra de lo que él había afirmado, «nosotros» «no perdimos» la batalla de Lepanto, sino que «la ganamos». ¿Por qué no intervino entonces la Academia Española de la Historia para decir que «nosotros» ni «ganamos» ni «perdimos» aquella batalla, más que nada porque no participamos en ella, por obvias razones de edad?
La Academia no repudia la interpretación nacionalista del pasado. Lo que rechaza es que puedan meter baza nacionalismos distintos del español. Que haya quien pretenda, por ejemplo, que la gloriosa batalla de Almansa, que permitió a los borbones hacerse con el pleno control de los reinos de Aragón y de Valencia, fue en realidad un desastre. Sin embargo, hay un refrán valenciano que dice que «Quan el mal ve d'Almansa, a tots alcança» («Cuando el mal viene de Almansa, a todos alcanza»). Es otra visión de la Historia: la de los perdedores. ¿Qué debe contar el profesor a su sufrido alumnado: que aquella batalla la «ganamos» o la «perdimos»? Al final, todo el secreto está en ese «nosotros»: en la identidad nacional. Y la cosa es que hay varias. Y contradictorias.
La UE podría decretar que se homologaran los libros de texto. No habría mayor problema con los de Física, Química o Matemáticas. Pero, ¿se imaginan el follón que se armaría a la hora de hacer el libro de Historia Unificada Europea? A ver qué guapo acertaba a explicar lo de Waterloo, Austerlitz, Verdún o Bailén a gusto de todos.
Y es que ese es el asunto: que «todos» no somos «nosotros».
Javier Ortiz. El Mundo (1 de julio de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2013.
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