Comprendo la indignación de los barcelonistas. El Barça hubiera debido salir ayer vencedor del Bernabéu. El árbitro les arrebató una victoria que no sólo se merecían por juego, sino también por goles.
Su enfado jupiterino es razonablemente doble porque, de haber vencido ayer, habrían podido situarse en condiciones de aspirar nuevamente a la victoria en el Campeonato Nacional de Liga. Estarían a sólo 6 puntos del Real Madrid y por encima en el llamado goal average. Así, en cambio, se quedan a 9 puntos y con desventaja en caso de empate final a puntos.
Otra cosa es que tengan razón cuando hablan de «atraco» y de «robo». Eso implica dar por hecho que el árbitro fue parcial y actuó con mala fe, si es que no con ánimo de lucro.
Aunque los vericuetos inconscientes de la parcialidad pueden ser muy tortuosos, la verdad es que hasta la famosa jugada del minuto 92 no hubo en la actuación del árbitro del encuentro nada que moviera a sospecha. Estuvo bastante ecuánime.
Para mí, el verdadero problema está en el primitivismo del reglamento del fútbol y, más en concreto, del sistema de arbitrio, que pone toda su confianza en la capacidad de observación fulgurante de un solo hombre, haciendo depender de ella decisiones en las que se juega todo. A veces hasta miles de millones de pesetas.
Habría bastado con que el árbitro de ayer hubiera tenido la posibilidad de detener un momento el encuentro para acercarse no a un árbitro auxiliar tan despistado como él mismo, sino a una pantalla de televisión: habría visto que la pelota entró en la portería del Madrid tras tropezar en un jugador blanco, lo que convertía el gol en perfectamente legal y daba la victoria al Barcelona.
Hay en la actualidad deportes de alta competición en los que los jueces están auxiliados por complejos artilugios que no anulan, pero sí reducen enormemente su margen de error. Algunos llevan diminutos auriculares a través de los cuales reciben información procedente de otros árbitros que están viendo lo que ocurre en el terreno de juego a través de cámaras de TV situadas estratégicamente. Si los campeonatos de fútbol más relevantes dieran entrada a la alta tecnología, los errores arbitrales perderían la desmesurada importancia que tienen en la actualidad.
Algunos árbitros se defienden alegando que también los jugadores cometen muchos errores; que la equivocación es parte del juego. El argumento no vale. El error es parte del juego, ciertamente, pero los árbitros no están para jugar, sino para juzgar lo que otros juegan. No es posible tomar medidas reglamentarias que reduzcan la capacidad de error de los jugadores; sí la de los jueces.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (4 de marzo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2010.
Comentarios
Escrito por: alargaor.2010/06/28 13:12:1.231000 GMT+2
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