Un tinglado internacional de esos ha decidido que 1994 sea «el año de la Familia». Según deduzco de la lectura del periódico, la feliz proclama esta teniendo un éxito sin precedentes. En un solo día me encuentro con estas tres noticias:
1) En Madrid, Carmen García, una profesora de matemáticas de 43 años, asesina a su hijo Álvaro, de 9, colgándolo por el cuello. A continuación se lanza a por su otro hijo, Mario, de 13, al que persigue por toda la casa con un cuchillo de cocina. El chaval logra escapar y pide auxilio a los vecinos, que llaman a la Policía.
2) En la localidad de Osnabruck, en la Baja Sajonia alemana, un hombre, del que no se precisa ni edad ni nombre, mata a sus cinco hijos y luego se quita la vida, todo con el mismo cuchillo de cocina. Según se cuenta, el hombre estaba desesperado porque su esposa lo había abandonado.
3) En Alcalá de Henares, un joven de 23 años, M.V.M., hiere a su progenitor, también con un cuchillo de cocina, porque no soporta el mal trato que dispensa a su madre.
No; no se preocupen: nada más lejos de mi intención que presentar estos tres sucesos como muestra de lo que son las relaciones de familia. Tengo claro que, por lo común, familia y asesinato no son indisociables. Si cito esas noticias -nada insólitas, por otro lado-, es porque creo que considerarlas puede ayudarnos a prescindir de esencialismos idiotas y a abordar esa forma de organización social que es la familia con menos retórica vacua. Todo estudioso del fenómeno familiar sabe que las relaciones interpersonales que se establecen en ese ámbito, si son propicias al desarrollo de profundos amores, también son un perfecto caldo de cultivo para los odios más ciegos, y que, si ayudan a que cada cual manifieste lo mejor de sí mismo, también contribuyen a que salga a la luz lo peor de lo que habita en el pozo negro de su subconsciente. Racionalista decimonónico, a menudo he criticado la visceralidad característica de los lazos familiares, preconizando que todos asumamos tanto nuestra individualidad última como nuestro ser social genérico, amando u odiando a los demás por sí mismos, al margen de todo lazo de parentesco. Me equivocaba. Ahora he llegado a la conclusión de que los vínculos de familia, aunque irracionales y mezquinos, cumplen una función social imperiosa: la de proteger a las personas de la angustia de la soledad y la de proporcionarles un espacio en el que son aceptadas sin necesidad de merecerlo. Lo cual se refiere a la psicología, y también -fundamental en estos tiempos de crisis y paro- a la economía. Carmen García, tras asesinar a uno de sus hijos, intentó suicidarse. Los vecinos oyeron cómo el hijo al que no logró matar suplicaba: «Mama, no te mueras». En esencia, en eso consiste la familia.
Javier Ortiz. El Mundo (8 de enero de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de enero de 2011.
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