Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán, que se ha enterado de que estoy dando salida webística por entregas al libro Matrimonio, maldito matrimonio.
-Puestos a airear todo aquello a estas alturas -me dice-, me habría gustado rectificar alguna de las cosas que dije entonces, y que tú transcribiste.
Trato de explicarle que aquel libro fue lo que fue, y que una cosa es hacer una reedición corregida y otra copiar lo ya publicado. Una copia tiene que respetar el original.
De todos modos, me intereso por los aspectos que hubiera corregido, si pudiera.
-Bueno... -responde-. La verdad es que allá por 1986, cuando te metiste a escribir eso, yo tenía muy pocas ideas claras en relación al matrimonio. Ahora me da que ya no tengo ninguna.
Le confieso que estoy en las mismas. Cuando ahora repaso con qué aplomo opinaba por entonces, me sorprendo a mí mismo.
Le pido que me ponga algún ejemplo de las certezas que se le han desmoronado.
-¿Recuerdas las opiniones que tenía por entonces sobre el matrimonio y el dinero? Bien, pues me he dado cuenta de que esas opiniones se debían, en buena medida, a que jamás había tenido ni un duro. Estaba muy orgulloso porque en ninguna de mis separaciones había tenido hasta entonces ninguna enganchada por asuntos económicos. ¡Tonto de mí! ¿Cómo podía tener problemas de reparto con mis ex, si apenas había nada que repartir?
Sabiendo como sé que, de entonces a ahora, Gervasio se ha casado y separado un par de veces más, opto por mantener un respetuoso silencio. Doy por hecho que sangra por alguna herida.
-Es algo en lo que he pensado bastante, y me recuerda a la informática -prosigue.
Me deja perplejo.
-¿A la informática, dices?
-Sí. La informática. Los ordenadores. Te ayudan mucho, son una gran cosa, te proporcionan un montón de posibilidades... pero también te crean la tira de dependencias. Todo lo vas haciendo depender del maldito aparato, todo lo guardas en él. Pero, de repente, el PC se te estropea y te quedas inutilizado. Te pueden dar las 6 de la mañana intentado reparar el fallo, desesperado. Y como no lo consigas y te veas obligado a mandarlo al taller, ¡qué días de angustia, los siguientes! Te quedas sin correspondencia; no puedes trabajar; sabes que tenías tareas pendientes pero, como no las recuerdas, estás vendido... Es un desastre total. Te trastoca toda la vida.
Me entran ganas de tocarle un poco las narices.
-Ah, yo pensaba que ibas por otro lado... Creí que lo decías porque tanto en materia de ordenadores como de amores toda la cuestión está en tener solo uno. Si tienes dos ordenadores, y si eres lo suficientemente prudente y copias en uno todo lo que haces en el otro, es muy difícil que la avería de uno te inutilice.
-¿Y en materia de amores? -me busca las cosquillas.
Pero no estoy dispuesto a dejarme coger.
-Pues pasa lo mismo que con los ordenadores -le digo-: que no todo el mundo puede permitirse el lujo de tener más de uno.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (12 de diciembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de junio de 2017.
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