Las crónicas menos edulcoradas que llegan de Irak cuentan que las tropas españolas -mandos incluidos- están de un más que notable cabreo con sus supuestos colegas de los Estados Unidos de América. Se sienten tratadas como personal sulbalterno. Y, por los datos que proporcionan, se sienten así porque las tratan así. O peor: el otro día oí que habían sufrido un asalto porque una radio local, controlada por las autoridades norteamericanas de ocupación, había dicho que los soldados españoles eran los responsables de no sé qué despropósito que se había montado. Lo cual era mentira y no tenía más finalidad que la de desviar la atención, exculpar a los propios estadounidenses y evitarles otro lío más.
No pretendo que los mandos políticos y militares de los EUA destacados en Irak tengan manía a sus congéneres españoles. No. Tenerles manía sería ya una forma de considerarlos. Los desprecian, sin más, y se sirven de ellos como mejor los viene, si les viene. Les informan cuando y de lo que les da la gana, se inmiscuyen sin ningún reparo en asuntos que son de su competencia española, establecen por su cuenta las líneas de mando que les petan... Y el Gobierno de Aznar no sólo lo admite, sino que lo aplaude. ¿Nacionalistas españoles, estos chiquilicuatros? Quiá. Son mayordomos de la política, que inclinan la cerviz ante el amo y sólo la yerguen ante quienes ven aún más débiles que ellos.
Ayer, en el aeropuerto de Miami, la Policía estadounidense decidió registrar el equipaje del príncipe Felipe y su novia. Fue una impertinencia insólita, ofensiva e improcedente. Hay quien dice que la culpa no fue suya, sino de los responsables del séquito principesco, que cometieron el error de no avisar con tiempo a las autoridades locales de la llegada de la pareja. Paparruchas. Si cometieron ese error, se les reprende, pero un fallo técnico no puede justificar que se lleven las cosas a extremos tan inadecuados. Porque ordenar que se inspeccionen las maletas supone, lisa y llanamente, poner en duda la honorabilidad de sus propietarios, y eso es del todo inaceptable en las prácticas diplomáticas al uso, no digamos ya tratándose de Estados amigos.
Supongo que no hará falta que deje constancia aquí de la altísima consideración en que tengo al príncipe y a su prometida. De depender de mí la cosa, resultaría imposible ofender su regia condición, porque no la tendrían. Pero ése no es el asunto. Para mí, la bandera monárquica -«la estanquera», como era antes conocida- podrá no ser más que un trapo chillón y desagradable, pero si veo que George W. Bush la utiliza para limpiarse el agujerito del pompis después de defecar, me sentiré inclinado a pensar que hay algo que no acaba de funcionar en «las tradicionales relaciones de amistad entre nuestros dos países», como suelen decir ellos.
Pues eso es lo que digo: que los están chuleando, y tragan que no veas.
Que dan bochorno, en suma.
P.S. Pido disculpas por haber dado a este apunte el nombre de una película (bueno: de una novela convertida en película). Es un paupérrimo recurso periodístico que odio. Estoy hasta las narices de las Crónicas de loquesea anunciadas, de los Dos hombres y un destino de turno.
Haber echado mano de semejante topicazo es un modo de mostrar mi mal humor. Mi mal humor porque llueve, porque voy a tener que regresar a Madrid con la sensación de que ha pasado la semana sin mayor disfrute, porque me esperan dos decenas de tareas peñazo... y porque Solbes, y porque Bono, y porque Caldera, y porque todo lo demás. ¡Y porque Aznar! En fin...
Javier Ortiz. Apuntes del natural (11 de abril de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de mayo de 2017.
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