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2005/06/27 06:00:00 GMT+2

El agua

Sí, ya sé que hoy es el día del recuento de los votos foráneos de Pontevedra, y que eso debería ocupar los arcanos de mi alma gallega (mi abuelo materno, don Javier, del que heredé el nombre, nació en aquellas tierras).

Me consta igualmente que siguen haciéndose las cuentas de los platos rotos por la bomba del estadio de La Peineta, cuya onda expansiva ha llegado hasta Euskadi (que no considero mi patria chica, porque todavía no he encontrado el modo de medir el tamaño de las patrias, ni ganas que tengo).

Tampoco ignoro que las elecciones de Irán tienen lo suyo, como lo tienen las reacciones que sus resultados han suscitado en el mundo más rico (no hay gobernante europeo o estadounidense que no manifieste su preocupación por esto, por lo otro y por lo de más allá, pero, qué curioso: ninguno cita entre sus motivos de inquietud el porvenir del pueblo de Irán y, en particular, el de sus mujeres).

Me he fijado también en la delectación con la que no pocos medios informativos con sede en Madrid se refieren al número de los que se manifestaron ayer en España contra la pobreza. Es evidente, aunque no lo digan, que les encanta hablar de 50.000, comparando implícitamente la cifra con el millón de esto o el millón y medio de lo otro. Ni se detienen a considerar el hecho de que están comparando cifras cuya responsabilidad recae sobre ellos mismos, ni mencionan -menos aún- que muchos no quisieron participar en las manifestaciones de ayer porque están hasta el gorro de quienes enarbolan consignas ñoñas, que encubren con lemas de oposición a algo sus nulas ganas de luchar contra alguien.

Podría haber escrito hoy sobre cualquiera de esos asuntos. Y sobre más: del Congreso del PCE, por ejemplo, asunto que proporcionaba la oportunidad de hacer juegos de palabras tan fáciles como certeros con el apellido de su secretario general reincidente.

Pero, de haberme decidido a escribir esta mañana de algo de todo eso, no habría sido sincero. Porque lo que más me pesó ayer y aún sigue preocupándome de modo preferente a estas horas del alba de hoy, día lunes, es que no tengo agua en casa.

Tiene narices: sin agua en un pueblo que se llama Aigües («aguas», en catalán).

Se produjo una avería en la conducción, se pusieron a trabajar en ello -con un entusiasmo limitado, todo sea dicho- y no han logrado ponerle remedio. Primero nos dejaron con un hilillo de agua y luego ya optaron por cerrar por completo el paso.

A partir de ese momento, no he parado de reflexionar sobre el mucho uso que hacemos los ciudadanos del agua corriente (y digo «ciudadanos» en su sentido literal, para diferenciarnos de los campesinos, aunque seamos ciudadanos que vivimos en el campo). No paramos de servirnos de ella, la mayor parte de las veces de manera mecánica, instintiva. Te ensucias un poco los dedos, te notas legañas en los ojos, haces tus necesidades menos controlables, manchas recipientes, tazas, vasos, platos, los gatos maúllan para decirte que tienen sed, necesitas hervir esto o lavar lo otro, te gustaría ducharte para librarte algo del calor, notas que la barba te ha crecido, te parece que las plantas languidecen... Pues peor para ti.

Supongo que un filósofo de verdad, com cal, se dedicaría a meditar sobre las muchas necesidades artificiales que nos creamos los habitantes del Primer Mundo. Pero a mi, que soy afín a lo que podría denominarse «la filosofía de lo realmente existente», lo único que se me ocurre es hacer la suma de la ingente cantidad de dinero que pago al cabo del año a la distribuidora de aguas de la comarca para que me permita lavarme los dedos, limpiarme el culo y fregar los platos.

No dudo de que buena parte de mis necesidades sean artificiales, y estoy seguro de que nuestros abuelos y nuestras tatarabuelas carecían de ellas (así cascaban de pronto). Pero mi planteamiento es mucho más de andar por tierra: si lo pago, lo quiero. Y si no es posible, que no pretendan vendérmelo.

Porque ahora resulta que nos venden a precio de oro el agua que desperdician al 30% en las conducciones y, encima, los que tenemos que sentirnos culpables por el despilfarro somos quienes la pagamos.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (27 de junio de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de octubre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/06/27 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: apuntes 2005 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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