EL ex líder de los felipistas vizcaínos, Ricardo García Damborenea, está también del lado de Pepe Barrionuevo. A lo que se ve, si no acudió a la muy famosa cena-homenaje fue sólo por razones estéticas: quizá algunos comensales no habrían entendido su gesto. Pero, en cuanto al fondo, tiene las cosas clarísimas, y así se lo hizo saber al juez Móner: él le guarda hondo reconocimiento a Pepe Barrionuevo porque «dio la vuelta a las cosas», y además, de no ser por Pepe, lo mismo él no estaría hoy vivo. Diverge con el ex ministro del Interior en un solo punto, que no se refiere además a los líos de los GAL, sino a los de ahora. Él cree que ha llegado el momento de decir bien alto: «Pues sí señor, fuimos nosotros, y a mucha honra», en tanto que Pepe prefiere mantener el pico cerrado.
Ricardo García Damborenea -Dambo, que le decían- es un acabado especialista en la práctica de eso que se conoce como «el abrazo del oso». Sostienen los rusos que es peligrosísimo hacerse amigo de un oso, porque el animal se encariña contigo, se empeña en demostrarte su afecto, te da un abrazo entusiástico y te parte el espinazo. Dambo -cuya apariencia física está lejos de desaconsejar el símil- dio anteayer a Barrionuevo un abrazo terrible. Móner anotó que ambos mostraron igual firmeza. Pero se refería exclusivamente al aspecto exterior de los careados. Las lesiones que el abrazo de Dambo produjo en Barrionuevo son internas.
Como es de sobra conocido, los síntomas visibles de las lesiones internas graves suelen ser a menudo muy poco aparatosos: pequeños mareos, ligeros vómitos, pérdida momentánea de ciertos sentidos... Tras el enérgico abrazo de Dambo, Barrionuevo dio muestra inmediata de uno de estos síntomas: perdió por un instante sus inmutables esquemas y admitió que era verdad que había estado en una reunión de planificación de la lucha antiterrorista con el propio Dambo, Vera, Benegas, Jaúregui y otros. En lugar de negar rotundamente que esa reunión se produjera jamás -como se apresuraron a hacer los otros presuntos asistentes-, aceptó su existencia, conformándose con negar que sirviera para planificar acciones ilegales, lo que Dambo corroboró al punto (él sostiene que nada de lo que hicieron debe ser considerado ilegal, en la medida en que servía a los intereses superiores del Estado). Pero, al admitir que Dambo participaba allá por 1983 en cónclaves de ese género, al más alto nivel, el siempre calculador e imperturbable Pepe mandó al guano directamente la versión de los hechos en la que se refugia Felipe González, según la cual Dambo no puede saber qué se hizo o se dejó de hacer en aquellos años en las alturas del Poder, porque era un segundón y no se movía en ellas.
Pero también es verdad que caben otras posibilidades. Porque puede ser que el abrazo del oso sea el que le esté dando Pepe Barrionuevo a González. O el que le estén dando entre todos al juez Móner, que parece no saber qué hacer ya con tanta colaboración con la Justicia y tanta firmeza.
Javier Ortiz. El Mundo (6 de enero de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de enero de 2012.
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