Comenta Ramón Pi en un diálogo radiofónico: «Fíjate, el 11 de septiembre cuántas desgracias se conmemoran, y en cambio el 13, que se supone que es la fecha de la mala suerte, ninguna...».
«¡Serás tú el que no tiene ninguna desgracia que evocar!», le respondo mentalmente.
El 13 de septiembre de 1936 las tropas de Franco entraron en San Sebastián. Fue de las primeras capitales del norte que cayeron en manos de los facciosos. Se encargaron de la faena, en lo esencial, los Tercios de Navarra, requetés.
Donostia cayó tan pronto bajo el control franquista que ni siquiera tuvo tiempo de regirse por el Estatuto de Autonomía, que se promulgó en octubre.
Durante muchos años –los que más marcan: los infantiles y adolescentes– me tocaba pasar a diario varias veces por la Plaza del 13 de Septiembre de San Sebastián. La plazoleta, al pie del edificio «La Equitativa», junto al río Urumea, tenía un pequeño monumento con una lápida que recordaba el acontecimiento. Allí, en un primer piso, estaban las oficinas de Gestoría Ortiz, el negocio de mi padre.
A ras de suelo había una tienda de fotos, «Jomar», en la que nos hicimos retratos durante muchos años todos los miembros de la familia. Con el tiempo, la hija del dueño se casó con un atildado teniente de los grises que no levantaba cuatro palmos del suelo y que se encargaba de dirigir la represión de las manifestaciones. «El tenientillo», lo llamábamos. Desde que Jomar -José Martínez, supongo que se llamaría– aceptó a aquella pieza como yerno, no volví a entrar en su tienda. Ni yo ni mucha otra gente.
En frente, haciendo esquina, había una tienda de coches. No sé por qué, guardo en la memoria el recuerdo del escaparate de esa tienda exhibiendo un Gogomóvil, que fue el primer coche utilitario de fabricación española (el primero con techo y marcha atrás, quiero decir, porque ya hacía tiempo que circulaba el Biscúter, que venía a ser algo así como una moto con asientos de automóvil). El Gogomóvil era tan pequeño y liviano que no había problema para subirlo a la plataforma de un escaparate.
Tardé algunos años –tampoco tantos– en identificar el nombre de aquella plaza, tan familiar para mí, con la fecha de una desgracia colectiva. Pero, desde que lo hice, no dejé de pensar en el gozo que representaría para mí la destrucción de la odiosa lápida colocada en su centro.
Alguien se la cargó en los primeros 70, pero volvieron a colocarla.
Fue tras la muerte de Franco cuando desapareció. Para siempre (de momento).
Ahora se llama Plaza de Euskadi.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (13 de septiembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de diciembre de 2017.
Comentarios
Escrito por: Triste.2009/09/15 19:08:38.033000 GMT+2
Escrito por: iturri.2009/09/16 23:08:52.243000 GMT+2