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1993/10/09 07:00:00 GMT+2

Edith

Edith, querida: Perdóname, ya sabes cómo soy, tienes razón: hace años que no te llevo flores. Pero no culpes al olvido. Es que París me queda cada vez más lejos. Pero no me olvido, qué va. Recuerdo perfectamente el camino que conduce hasta tu última casa, ese estrecho sendero del Pére Lachaise, a un paso del muro de los Federados, donde tantas veces nos encontrábamos Merche, Theo, tú y yo, y y el ciudadano Gustave Lefrançais, y Paul Lafargue, y Jenny Marx, y el bueno de Jean-Bautiste Clément... Nos saludábamos solemnemente, como os gusta a los franceses, y luego nos íbamos todos a reírnos del canalla de Thiers, y tú cantabas Ah, la ira, a sabiendas de que no, de que ça n´ira pas jamais, y a mí me dejabais tararear la vieja canción de los viñedos de la colina roja, que no dan vino, sino sangre, la sangre de los compañeros. ¿Sabes, Edith? Las flores que te llevaba entonces no eran compradas. Las robaba de otras tumbas, de ésas de tanto copete que hay a la entrada del cementerio. Ellos no se merecían tenerlas. Tú sí.

Edith: te estoy escuchando ahora mismo, y te ofreces a ir a descolgar la luna, y te declaras dispuesta a renegar de tu Patria, y aseguras que sabes cómo serrar los barrotes que nos separan de la libertad. Hazlo, Edith. Descuelga la luna. Reniega de tu Patria. Sierra los barrotes. Haz algo tú, ya que los presuntos vivos de hoy está claro que no sabemos hacer nada decente.

Tengo malas noticias, Edith. Ayer cené con un grupo de gente joven, y les hablé de ti, y les conté que el lunes hará treinta años de tu muerte, y -te lo digo con vergüenza- me confesaron que no saben quién fuiste. Edith, no te conocen. No nos conocen. Saben quién fue Kennedy, y James Dean, y Marilyn: lo saben todo del otro lado del Atlántico, pero no saben en qué consiste la java, y el acordeón les parece un instrumento raro, y no tienen ni idea de que un ruiseñor feo y pequeño voló, y se posó sobre el Sena, y nos dejó las más bellas canciones de amor que jamás se hayan cantado. Perdónales. Perdónanos. Edith: tu desvergüenza, tu permanente himno al amor, ese furor irrefrenable con el que empujaste a la humanidad entera hasta el borde de tu cama, tu insaciable sed de libertad, esa voz, tu voz irrepetible, han quedado en el olvido. No saben que tu joven Theo fue incapaz de sobrevivirte, y no saben cómo se nos cortó a todos la respiración cuando él, rico heredero de la vieja y rica cantante -cuántas bromas, cuánta maledicencia imbécil-, decidió quitarse la vida para ir a dormir otra vez, gigantón, junto a tu cuerpo triste y breve.

Ay, Edith, si resucitaras. Si resucitaras, verías las canas de Moustaki, y te enterarías de que Yves y Jacques y Georges ya se nos fueron, y notarías nuestro cansancio, la hondísima melancolía de los que te hemos sobrevivido. Y lo que es peor: oirías sonar el bakalao. Ay, Edith, si resucitaras, saldrías de nuevo corriendo hacia tu tumba.

¿Me dejarías ir contigo?

Javier Ortiz. El Mundo (9 de octubre de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de octubre de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1993/10/09 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: moustaki 1993 música el_mundo muerte francia edith_piaf preantología cementerio parís | Permalink | Comentarios (2) | Referencias (0)

Comentarios

Precioso texto que descubro hoy que nos dejó Georges Moustaki. Javier dile que se pase por Jamaica y tomaros algo. Invito yo, ya os lo pagaré.

Escrito por: josep m. fernández.2013/05/23 15:39:1.277000 GMT+2

Haremos las gestiones oportunas. ;-)

Escrito por: PWJO.2013/05/23 17:17:4.076000 GMT+2

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