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2004/08/16 06:00:00 GMT+2

Dulce Pontes

-Fuimos en Alicante al concierto que dio la otra noche Dulce Pontes -me comenta una amiga.

-Ah -respondo, más bien lacónico.

-Estuvo estupenda -dice.

-Ah -insisto, sin demasiado entusiasmo.

-A ti no te gusta, ¿verdad?

Con lo que ya no me deja escapatoria.

-Pues no mucho. No. Ciertamente.

-¿Y eso?

Terrible pregunta.

Y es una terrible pregunta porque sé, por dura experiencia, que no hay nada más desagradable que la crítica del gusto.

A muchos, a muchísimos humanos -y a muchísimas humanas-, les puedes decir que el político al que vota te parece un bodrio, y puede sorprenderse, pero no se cree en la obligación de sacarte los ojos. Y puedes afirmar que odias la remolacha a muerte, y no se alteran, por mucho que les encante la cosa ésa. Pero como les digas que la peli que vieron el otro día y que les emocionó hasta el llanto a ti te pareció un pestiño, o que su novelista favorito escribe con el culo, o que la cantante que le puso de pie de emoción te resulta mala, pero mala de acostarse, la puedes liar.

Empezaré, pues, afirmando que lo que yo digo sobre Dulce Pontes no es más que mi opinión. (¿Qué otra cosa podría ser?)

Y añadiré que mi opinión es bastante negativa.

¿Por qué? Porque, en mi criterio (en mi criterio, ¿vale? Ya no voy a insistir más en este punto), la canción no es un deporte olímpico. No se trata de alcanzar el record mundial a la nota más alta sostenida durante más tiempo, ni a los pulmones más capaces y poderosos, ni siquiera a la voz más potente. A decir verdad, desde que se inventaron los micrófonos, el interés por las voces potentes bajó muchos enteros: cabe llegar a la última fila del auditorio sin mayores performances físicas.

Tampoco el timbre es necesariamente decisivo: hay voces de ésas que uno define en broma como «más bien desagradable, pero apenas audible, para compensar» que te pueden transmitir una intensa emoción estética. Según.

En la música, como en la pintura, como en la poesía, lo esencial no reside en las facultades que posee el artista, por portentosas que resulten, sino en su habilidad para usar las que tiene, mayores o menores, de un modo original, capaz de establecer un registro de comunicación estética propio, no explorado. Pongamos que yo fuera capaz de pintar hoy como Picasso, y mañana como Goya, y pasado como Matisse, y al otro como el Giotto. Obviamente, nadie negaría mis habilidades. Pero -también obviamente- nadie me consideraría otra cosa que un buen copista.

Dulce Pontes tiene una hermosa voz. De la que abusa mucho. Demasiado. Apabulla. Uno no sabe si lo que pretende es deslumbrar al público o deslumbrarse a sí misma, encantada de oírse. La escuchas cantar un tema de Amàlia y sueñas... con la versión original. La oyes atreverse con algo de Zeca Afonso y te preguntas por qué nadie le habrá dicho que el encanto de la canción estaba en la sencillez que le dio su autor.

No tiene una línea definida, personal; carácter. Lo cual produce otro efecto problemático: cada disco suyo es deudor del arreglista de turno.

Podría decir todo esto de modo mucho más descarnado. De hecho llevo borradas diez o doce frases. Pero lo dejo aquí, convencido de que con esto ya basta y sobra para que varias decenas de amigos y amigas se me enfaden. Porque es lo que decía al principio: te pones a criticar gustos y es peor que si te dedicaras a mentar a las madres.

Dicho lo cual, se avisa al público en general que aquí el crítico severísimo y mordaz tiene algunas debilidades musicales que, si las admitiera...

Javier Ortiz. Apuntes del natural (16 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/16 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: jor música apuntes 2004 dulce_pontes | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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