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1991/09/08 07:00:00 GMT+2

Dos vascos y un destino

Tuvieron el mismo final. Nacieron en el mismo país. Sus vidas tuvieron mucho en común. Uno de ellos decidió servir a su pueblo como policía. El otro empuñó las armas en pos de un ideal. Son ejemplo trágico de la violencia que desgarra desde hace tiempo a Euskadi. No serán los últimos muertos. Más allá de las declaraciones oficiales, de los comunicados políticos, de las manifestaciones que generaron sus funerales, había dos vidas. La de Juan Mari y la de Alfonso.

No se conocían, pero se conocían bien. Se habían visto desde niños: otros como él, tantos como el otro. En la escuela, en el bar, de excursión, en aquella romería, en las fiestas del pueblo. El uno en Hernani, Guipúzcoa; el otro en Sondika, Vizcaya. Los dos separados, los dos unidos por un convencimiento común: el de ser vascos, el de tener razón.

Fue sin duda ese convencimiento el que condujo a ambos a la decisión que acabaría convirtiéndose para ellos en la suprema: la de tomar las armas. Alfonso Mentxaka lo hizo por la vía legal, convirtiéndose en miembro de la Ertzaintza. Juan Mari Ormazábal, por la más irregular de las posibles, haciéndose militante de ETA. Si hoy vivieran –isi hoy vivieran!– los dos explicarían del mismo modo el paso que dieron en aquella ocasión: querían servir a Euskadi, es decir, a su pueblo, es decir, a los suyos. Así de simple. Así de mortal.

La escena final de este drama doble se produjo el pasado 29 de agosto, poco después de las diez y media de la noche, en la rotonda de acceso al parque de Etxebarria, en el barrio de Begoña, en Bilbao, allí donde arranca el terreno que hace una semana ocupaban las barracas de la feria, en la resaca de la Semana Grande de la capital de Vizcaya.

Murieron frente a frente, el uno contra el otro. Sin conocerse. Y conociéndose muy bien.

¿Que cómo fue? Dios lo sabe.

La versión oficial es rotunda: Juan María Ormazábal Ibarguren, alias «Turco», de 27 años de edad, natural de Hernani (Guipúzcoa) y con numerosos antecedentes policiales, perseguido desde hace años en tanto que dirigente del «comando Vizcaya» de ETA, acusado de haberse integrado ya a los 19 años en el «comando Tximistarria», auxiliar del «comando Donosti», personalmente responsable de haber cometido desde entonces numerosos atentados, con resultado de varias muertes y diversos destrozos, acudió el jueves 29 de agosto al ferial del parque de Etxebarria, de Bilbao, en compañía del también miembro de ETA José María Mendinueta, alias «Manu».

Ambos portaban una bomba de péndulo, que tenían proyectado colocar en el automóvil de un miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado.

Para cumplir esa misión se habían dado cita en el mencionado lugar con tres jóvenes, integrantes de un comando de los llamados «legales», esto es, compuesto por personas desconocidas de la Policía.

Miembros del Grupo Especial de Intervención de la Policía Autónoma Vasca, que llevaban siguiendo el rastro de los etarras desde hacía semanas, procedieron, poco después de las 22 horas a la detención de los tres integrantes de «ese comando legal», que no opusieron resistencia.

Sobre las 22:35, apercibidos de la presencia policial, los dos «liberados» de ETA trataron de emprender la huída. Para ellos se dirigieron a un coche R-19, matrícula VI-0585-M, que estaba estacionado en las inmediaciones, y amenazaron a su conductor, conminándole a que les sacara del lugar. Este, que era un miembro de la Ertzaintza de paisano, integrado en la operación, abandonó el vehículo y escapó. Entonces los etarras comenzaron a disparar contra los agentes de la Policía autónoma, hiriendo gravemente a uno de ellos, Alfonso Mentxaka.

Juan María Ormazábal, alias «el Tturko» se dirigió entonces hacia el ertzaina herido con ánimo de rematarlo, momento en que los otros agentes abrieron fuego, acabando con la vida del activista. Su compañero, que intentó darse a la fuga, fue alcanzado por un disparo que le dio en una pierna.

¿Les vale esta versión? Hay otras. Los familiares de Ormazábal, apoyados por sus abogados y por dirigentes de Herri Batasuna, sostienen que, según manifestaciones del médico forense, el cadáver del militante de ETA presenta un tiro en la sien derecha, realizado a escasa distancia, y dicen que hay testigos presenciales que aseguran que Ormazábal fue «rematado». Queda, en todo caso, el hecho de que el cuerpo del militante de ETA no se encontraba junto al lugar en que fue recogido Alfonso Mentxaka, el ertzaina herido.

Créanme si les digo que he pasado horas contrastando la versión oficial de lo ocurrido con las afirmaciones de los testigos y con lo expresado por los periodistas que llegaron al lugar de los hechos poco después de producirse. ¿Qué ocurrió realmente? No lo sé. ¿Qué sucedió en la media hora transcurrida entre las 22:05 de la noche, momento en que se dice que fueron detenidos los tres miembros del «comando legal», y las 22:35, cuando comenzó el tiroteo? ¿Por qué la Ertzaintza, si tenía controlados a los militantes de ETA desde hace semanas, eligió un momento y un lugar tan desfavorables para intentar detenerlos?

Un periodista grabó la siguiente comunicación de radio de la Ertzaintza: «LARU para J2. Atentos, que se escapan. Dos van para un lado y dos para abajo. Van corriendo. En la farola sólo quedan tres. Voy hacia ellos». Más complicaciones: aquí nos encontramos, en total, con siete integrantes del «comando». Y además no hacen frente, sino que huyen corriendo.

Pero tampoco saquen ninguna conclusión precipitada de eso. Tengan en cuenta, por ejemplo, lo que nos relató Belén Mentxaka, hermana del ertzaina muerto: «Mi hermano, que estaba consciente, me contó que él iba corriendo detrás de los dos militantes de ETA, sin armas, y que desde un coche le dispararon. "Caí y vi que el de ETA venía a matarme", me dijo. "Entonces mi compañero le disparó". Mi hermano sufría porque era el primer miembro de ETA muerto por la Ertzaintza. "El primero, y lo han matado por mí", se lamentaba».

Y frente a esto, a su vez, las palabras del activista de ETA herido, Mendinueta, pronunciadas poco después de ingresar en el hospital de Basurto: «Le han dado también a un civil», dijo a las enfermeras. «No es un civil: es un ertzaina», le contestaron. «Será lo que sea, pero nosotros no le hemos disparado», añadió. Cierto es que el corría para escapar, y puede que no viera bien lo ocurrido.

«Gora Euskadi Askatuta!», clamó una voz enérgica cuando el funeral llegaba a su fin.

«Gora!», respondieron con grito seco casi todos los presentes.

Les estoy hablando del funeral de Alfonso Mentxaka, el ertzaina muerto, y debo decirles que el «Gora!» más rotundo quizá fue el que partió de las filas en que se situaban los policías compañeros del fallecido.

Alfonso Mentxaka Lejona, nació en Sondika el 31 de marzo de 1962. Fue un niño apacible, tranquilo y formal, que realizó sus estudios sin problemas, y del que sus padres no tenían por qué inquietarse. «Me podía ir de casa y dejarle al cuidado de todo sin ninguna preocupación», dice su madre.

De joven no cambió de costumbres. «No le gustaba ir de bares. Prefería el deporte, pasear por el monte y montar en moto», añade su hermana.

Alfonso hizo la «mili» en Colmenar Viejo, en Madrid. «Allí le metieron en la Policía Militar, pero era para controlarlo, porque sabían que tenía muchos amigos de Herri Batasuna», comentan los suyos.

Alfonso Mentxaka era un nacionalista convencido, pero sin militancia partidista. Consideró que podía hacer un buen servicio a su pueblo dentro de la Policía vasca, e ingresó en ella el 12 de mayo de 1986.

Hasta su integración el pasado año en el Berrozi Berezi Taldea (Grupo Especial de Intervención de la Policía autónoma), estuvo destinado en Eibar, y poco después en el servicio de escoltas. Durante meses protegió a Baltasar Marín, entonces director general de la Ertzaintza y hoy gerente de la EITB , la Radiotelevisión Vasca. (Marín rehusó hacer declaraciones sobre Alfonso: «Una relación así es muy intensa, porque se comparten muchas horas del día. Pero el de Alfonso Mentxaka es un recuerdo que guardo para mí», nos explicó, en tono abiertamente abatido).

Hace dos años, Alfonso Mentxaka contrajo matrimonio con Ana Robredo, bilbaína de 27 años, con la que en unos días pensaba salir de vacaciones, rumbo a Escocia.

Alfonso estaba convencido de que iba a salir de ésta. Herido de bala en el tórax y las dos piernas, sólo se sintió en peligro en las primeras horas. «En el camino, he estado haciendo esfuerzos por no quedarme inconsciente. Pensaba que, si lo hacía, no me volvería a despertar. Ahora estoy seguro de que pronto iré a casa», dijo a su madre. Los médicos apoyaban su opinión. «Es un deportista; es muy fuerte. No habrá problemas». Pero un acceso de tos imprevisto dio al traste con todo. Encharcamiento pulmonar. La muerte.

«Y ahora, ¿quién me va a dar cariño?», susurra su madre con un hilo de voz y la vista perdida. «Debía haber muerto yo en lugar de él», sentencia la abuela, Juana Mentxaka, que vive en el viejo caserío familiar.

En Sondika hay una pancarta firmada por HB en la que el partido abertzale radical manifiesta su pesar por la muerte de Alfonso Mentxaka y ofrece su pésame a la familia.

Quizá a muchos de ustedes les parezca absurdo, pero yo les aseguro que, por lo menos en lo que se refiere a los militantes de HB que fueron amigos de Alfonso, el texto de la pancarta es sincero.

Y es que para entender –entender, no aprobar–, hay que conocer.

Llego a Hernani entre las brumas de la mañana, cuando el sol lechoso de septiembre se anuncia sobre los balcones, muchos de ellos todavía con ikurriñas de crespón negro. En la Plaza del Gudari Muerto, –«la Plaza del Gudari», a secas, la llaman en el pueblo, y es terrible– son visibles las trazas del masivo homenaje que hace escasos días se tributó a Juan Mari Ormazábal: «El pueblo no olvidará», dicen las pintadas en euskera. También las cabinas de teléfono y las señales de tráfico destrozadas sirven de recordatorio.

–¡« El Turco»! ¡Vaya bobada! «Tturko Enea» es el nombre del caserío de la familia y «tturkos» han sido siempre todos ellos. Mira, por ahí debe andar otro «tturko». Es un bertsolari que no ejerce, tío de Juan Mari.

Nada que ver con Turquía, mucho que ver en Hernani.

–No quiero hablar con periodistas. No quiero que me manipulen –repite, una y otra vez, la pequeña Ormazábal, veinte años de tristeza en su cara redonda y risueña, oscurecida por la desconfianza, a cien escasos metros de donde aventaron bajo la lluvia las cenizas de su hermano mayor, al pie de un roble recién plantado por su padre y su hermano.

–Sólo contaré lo que me digas.

–No. Nada. Lo siento, –repite cinco, seis, diez veces en euskera–. Ez. Ezerrez. Barkatu.

De pie en la puerta de «Tturko Enea», me reclamo a mí mismo el esfuerzo. Aquí no se trata de un individuo fotografiado de frente y de perfil contra la pared de una comisaría, ni del ensangrentado despojo envuelto en una bolsa de plástico que estuvo tirado durante horas entre dos coches en el parque de Etxebarria: aquí lo que flota es el recuerdo de un chavalote alegre que vivió en estos prados de verde intenso, que bajaba del caserío al pueblo después del trabajo, que paseaba con los amigos, que hacía bromas, que se pirriaba por los críos: un hermano, un hijo, un amigo.

–De él, ninguna queja –dice la madre, recia, recia y escueta, y me pregunto si lo que veo en su mejilla es sudor o bien, definitivamente el rastro de una lágrima.

–Si tenía un par de horas, las trabajaba. La víspera de marchar, aquí estuvo, cortando hierba –remata el padre, un breve sesentón de cara simpática y calva tostada por el aire libre.

Juan Mari Ormazábal Ibarguren («Tturko», sí, como todos los suyos) tenía 27 años. El también fue un muchacho trabajador y muy querido de quienes le rodearon. Dicen los que le conocieron de chaval que –al igual que Alfonso Mentxaka– era tranquilo y poco amigo de parrandas, a lo que tal vez contribuyó su sordera, que le libró de la «mili».

Hablamos con sus compañeros de clase. De puro discreto, algunos tienen dificultad para recordarlo. Fernando Ortega sí lo guarda en la memoria: «Era una clase con mucha gente difícil. Pero él no. No le gustaba estudiar, pero tampoco armar broncas».

No es fácil saberlo, pero todo hace suponer que su militancia se inició muy pronto, casi en la adolescencia, y tal vez eso le movía a ser doblemente discreto. Huyó de Hernani con apenas veinte años, tras la desarticulación del «comando Donosti».

Lo que sigue ya lo han contado otros, ateniéndose a la ficha policial: estancia en el País Vasco francés, regreso a Vizcaya en 1987, nuevo paso de frontera en el 89, nuevo retorno en el 90, tras la detención de Carmen Guisasola... Y, en medio, un reguero de acusaciones: bomba en el Banco de Vizcaya de Billabona; muerte de Arturo Quintanilla, propietario de un bar de Hernani; secuestro del empresario Andrés Gutiérrez, asesinato de un policía, un guardia civil y un camarero; bombas en Cantabria...

No me pidan que les diga si fue él quien hizo todo eso. Hubiera sido una tarea para los jueces, y ya no tendrán ocasión de cumplirla.

Las vidas separadas de Alfonso Mentxaka y de Juan Mari Ormazábal fueron a coincidir poco después de las diez y media de la noche del 29 de agosto de 1991, con el absurdo telón de fondo de unas barracas de feria y el estruendo festivo de un puñado de canciones pachangueras.

«¡Tírense al suelo! ¡Rápido, joder!», dicen que gritó un ertzaina. Y varias decenas de personas –algunos críos entre ellas– asistieron al más penoso de los espectáculos: el de ver cómo dos jóvenes vascos, que en otras condiciones no hubieran tenido problemas para ser amigos, se mataban a tiros.

Antes de abandonar Hernani doy un largo paseo. Recorro las calles, me detengo en el mercado, miro las pintadas y carteles («Puto Madrid», dice la más lacónica de ellas), hablo en los bares con los jóvenes y los menos jóvenes. Me voy con el convencimiento de que, si las cosas siguen como están, el de «Tturko» no será el último homenaje que se celebre en la Plaza del Gudari Muerto, junto al viejo Ayuntamiento.

Una radio deja oír la voz cansina y monocorde de Leonard Cohen: Oh el viento, el viento sopla; sobre las tumbas sopla el viento. Pronto llegará la libertad. Y saldremos de estas sombras.

Que el cielo haga buena la profecía. Y cuanto antes.

Reportaje elaborado con información de Xabier G. Argüello (Bilbao) y Andoni Alonso (San Sebastián).

Javier Ortiz. El Mundo (8 de septiembre de 1991). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de enero de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1991/09/08 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: 1991 ertzaintza el_mundo gudari eta euskal_herria hb violencia | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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