Rodríguez Zapatero tiene dos problemas. Bueno, tiene muchos -todos los tenemos, y él más, por pura lógica-, pero hay dos que se están manifestado ahora mismo con fuerza muy particular.
El primero le viene dado por el Poder Judicial que ha heredado de Aznar. El presidente de los populares tuvo un problema similar, pero menor, cuando llegó al Gobierno. Los 13 años de mandato de Felipe González habían calado hondo en las más altas instancias del gremio: el Tribunal Supremo (TS), el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y el Tribunal Constitucional (*). Pero a los integrantes de esos órganos decisorios siempre es más fácil empujarlos hacia la derecha que en dirección opuesta, de modo que, al final, el PP llegó a contar con los instrumentos judiciales que le convenían.
Ahora Zapatero quisiera hacer la operación contraria, pero no está logrando gran cosa.
Dos demostraciones prácticas.
Una: el Consejo General del Poder Judicial ha decidido emitir un dictamen sobre el Estatut sin que nadie se lo haya pedido (y ya sabe todo el mundo lo que va a dictaminar). Conflicto al canto.
Dos: el Supremo condena a Arnaldo Otegi por injurias al rey, revocando una sentencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Otegi dijo que el rey es el jefe de los torturadores, lo cual pudo venir más o menos a cuento, pero no veo yo que pueda negarse que, si hay torturas y los torturadores son miembros del aparato del Estado, el rey, en tanto que jefe del Estado, es su jefe. De todos modos, da igual el contenido de la sentencia. El TS ha demostrado en otras muchas ocasiones su fino sentido de la oportunidad, proporcionando al Ejecutivo de turno sentencias a la medida. En esta ocasión ha hecho lo contrario: le ha tirado una zancadilla, condenando a Otegi justo cuando Zapatero tiene más necesidad de ir distendiendo el ambiente político vasco para preparar la consecución de sus fines.
El otro gran problema que está teniendo Zapatero en estos últimos días le viene dado por su propio modo de comportarse. En su afán por quitarse problemas de encima y caer bien a todo el mundo, se empeña en hacer promesas y más promesas que luego se ve incapaz de cumplir. Prometió a los partidos catalanes que apoyaría el Estatut que ellos mismos aprobaran en su Parlamento, y ya se ha visto. Prometió a Rajoy que cualquier iniciativa de ese género la pactaría previamente con él, y tampoco. Prometió a los trabajadores de la industria naval vizcaina que buscaría una solución acorde con sus demandas, y nada. Prometió a los mineros de su tierra -y de paso también a los asturianos- que pactaría con ellos un plan de viabilidad para la minería, y lo mismo. Zapatero recuerda a Adolfo Suárez, que a todo el mundo decía que sí y luego hacía lo que le convenía en el momento, dejándose a cada paso jirones de prestigio y de credibilidad.
Suárez salió de La Moncloa como salió. En aquella patética salida tuvieron que ver tanto las presiones de los sectores más reaccionarios de la sociedad española como sus propias torpezas. No aseguraría yo que a Zapatero no le vaya a ocurrir algo semejante, así sea a escala.
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(*) De los órganos mentados, hay dos (el CGPJ y el Tribunal Constitucional) que no son realmente judiciales, pero sus decisiones acaban teniendo el mismo valor resolutorio que las sentencias, con lo que tanto da.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (4 de noviembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de octubre de 2017.
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