Dice Josep Piqué que lo que está sucediendo con la inmigración ilegal procedente de Marruecos es «intolerable».
No parece que ésa sea exactamente su posición efectiva. Porque, de hecho, lo tolera. Se ha limitado a convocar a un representante marroquí de segunda fila para hacerle saber que el Gobierno español está «preocupado» por lo que está pasando y ofrecerle su «ayuda técnica» de cara a evitar la salida masiva de pateras procedentes de la costa africana.
Un lameculos de Mohamed VI -le sobran- ha respondido a las demandas de Piqué con una nota de indisimulado cinismo en la que, después de largar una catarata de aburrida retórica sobre «la complejidad» del asunto, se limita a decir que, si la UE quiere ir realmente a la raíz del problema, lo que tiene que hacer es... dar más dinero a su amo y señor.
No niego que el problema de la inmigración ilegal africana con destino a la UE es, en términos globales, muy complejo. Pero, a cambio, las razones de la actitud de los gobiernos de Rabat y Madrid ante la tragedia son desoladoramente simples.
Mohamed VI no pone interés en atajar el tránsito de pateras porque la emigración es una fuente principal de riqueza para su reino y porque su régimen está implicado hasta los tuétanos en el negocio de la exportación ilegal de mano de obra. Y Aznar no se atreve a ponerle las peras al cuarto porque el rey alauí es un protegido de Washington y porque bastantes empresas españolas están haciendo su agosto en Marruecos apoyándose en la venalidad de los gobernantes del país vecino.
Se juntan el hambre y las ganas de comer.
La oferta española de «ayuda técnica» es de aurora boreal. Si para algo no necesita el menor respaldo técnico el régimen marroquí es para controlar lo que hace o deja de hacer su población. Tiene el tejido social de su país infestado de confidentes. Y Aznar no lo ignora. Si ha hecho esa oferta es sólo para que no parezca que permanece impávido ante el drama que se desarrolla a diario en aguas del Estrecho y en la vecindad de las Canarias.
Se sabe impotente y quiere disimularlo. Creyó que promulgando una ley restrictiva iba a ponerle puertas al mar. Ya va comprobando que los femómenos sociales tienen vida propia.
Y luego está Rodríguez Zapatero, al que lo único que se le ocurre es pedir a Aznar que «deje de tirarse piedras» con el régimen marroquí. ¡Pero si ése es precisamente el asunto: que no es capaz de tirarle ninguna piedra!
Y dele las gracias, que si tirara alguna lo mismo le daba a Felipe González, invitado permanente y preferente de Mohamed VI.
Javier Ortiz. El Mundo (25 de agosto de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de agosto de 2012.
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