El pulsómetro de la Ser, del que la cadena radiofónica del grupo Prisa se está haciendo amplio eco en el día de hoy, indica que un sector muy amplio de la población ve con desasosiego el grado de crispación que detecta en la vida política española. Según la Ser, la mayoría culpa de ese mal clima sobre todo al PP. No me extraña, porque es verdad que los dirigentes del PP practican con verdadero entusiasmo el oficio de tocapelotas, pero tampoco me extrañaría que el dato esté algo exagerado. Ya se sabe que en esto de los sondeos es de aplicación aquello de que «el ojo del amo engorda el caballo»: sus resultados tienden siempre a complacer a quienes los encargan. De hecho, el PSOE tampoco pierde muchas ocasiones de pagar al PP con la misma moneda, como hemos podido comprobar este mismo fin de semana con el regreso a la superficie del hundido Prestige.
Como he escrito en la columna que hoy me publica El Mundo, buena parte de los escándalos que maneja el partido de Rajoy -¿o habrá que seguir diciendo «de Aznar»?- son insustanciales hasta decir basta. (*)
Algunos comentaristas políticos cercanos al PSOE dicen: «Están haciendo con Rodríguez Zapatero lo mismo que le hicieron a Felipe González». El propio González ha sugerido esa comparación, comentando con ironía: «Sólo dejarán de gritar cuando vuelvan al Gobierno».
Es célebre -bueno, entre algunos- el arranque del primer capítulo de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, espléndido librito que Carlos Marx escribió en 1850. Decía el único marxista al que nadie duda en seguir reconociendo como tal: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa». No sé si Felipe González estará tratando de representar los dos papeles a la vez; en todo caso, los aznaristas sí. La escandalera que se montó -que montamos, yo entre otros- contra el intento de régimen que protagonizó Felipe González durante su trecenato tenía muchos y muy sólidos motivos: el terrorismo de Estado, con su secuela de secuestros, torturas y asesinatos; la corrupción económica, política y personal, a los más diversos niveles; el desmantelamiento sistemático de los movimientos sociales; la reacción centralista, de la que fue muy clara expresión la LOAPA; el servilismo pro-Washington, expresado en casi todo, pero muy notablemente en la traición al movimiento anti-OTAN, en la doble traición al pueblo saharaui y en la participación en la primera Guerra del Golfo... Aquella catarata de desvergüenza provocó una movilización importante de la izquierda real. La derecha originaria -no sobrevenida, como la felipista- se dijo que la ocasión la pintan calva, y se apuntó a las denuncias con enorme entusiasmo -aunque muchas de ellas no le cuadraran lo más mínimo, ni política ni éticamente- porque vio que le desbrozaban a gran velocidad el camino hacia el palacio de la Moncloa.
Es ridículo comparar el intenso asedio contra el felipismo que alcanzó sus más altas cotas en el período 1989-1996 con el absurdo festival verborreico y sin ningún fundamento serio que se han montado los fantoches de opereta que rigen en la derecha española actual. Entonces se habló mucho de «la pinza» que la izquierda con principios y la derecha le montaron a González. Lo cierto es que la «pinza» en cuestión fue el resultado no buscado de la coincidencia de enemigos entre dos oposiciones de naturaleza muy distinta. ¿Quién podría hablar ahora, en todo caso, de ninguna «pinza»? El PP vive en una soledad política total. Responde que su soledad es magnífica, porque cuenta con el respaldo de la mitad de la población española. Podría discutírselo, pero hoy no tengo tiempo. Sólo le digo que un partido que no tiene ni alianzas ni proyectos de alianza, que se ha granjeado la enemiga de todos los demás partidos, que ha conseguido echar en manos de su oponente incluso a quienes tenía en posición más favorable para el acercamiento, es un partido con un horizonte de gobierno más que problemático.
Y a quienes pretenden que estamos como en 1995 me limitaré a recordarles que, para aquellas fechas, González estaba prácticamente como Rajoy ahora: sin aliados. Tenía muy pocos y le salían carísimos.
La prueba es irrefutable: los resultados de las elecciones de 1996 no hacían imposible un gobierno de coalición con alguien del PSOE en cabeza. Guerra se puso a tratar de negociar esa posibilidad. Se convenció de que no tenía nada que hacer cuando llegó a Cataluña para negociar con Pujol... y el honorable ni siquiera le recibió.
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(*) En algunos casos, no tienen ni una mala brizna de escándalo. Hace unos días oí o leí a no sé qué comentarista del PP que «denunciaba» indignado que en la dirección de Esquerra Republicana de Catalunya hay gente que perteneció a Terra Lliure, como si eso demostrara la intrínseca maldad del partido de Carod. No pretendía que se trate de nadie que preconice en estos momentos la lucha armada: el crimen estaba en el hecho de que lo hizo hace años. «Vaya -me dije a mí mismo-, ¿y por qué no pone a caldo al propio PP, que ha encumbrado a varios ex miembros de ETA, que también en su día preconizaron la lucha armada, o incluso la practicaron?». Recordé que Mario Onaindia, que se paseó por Euskadi pistola en mano durante un buen puñado de años y no desmintió haberla utilizado en alguna ocasión, terminó en la dirección del Partido Socialista de Euskadi y en el Consejo Editorial de El Mundo, y nadie creyó oportuno condenar por ello ni a los socialistas de Redondo Terreros ni al diario madrileño. Entre los «cerebros» de El País también hay, ahora mismo, alguno que supo en su día lo suyo de pistolas. ¿Y qué?
Javier Ortiz. Apuntes del natural (12 de diciembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de noviembre de 2017.
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