Francisco Alvarez Cascos, vicepresidente del Gobierno -vicepresidente primero, como suele enfatizar él-, se nos casa en breve. Es público y notorio. Todo el mundo conoce el hecho, como conoce también de sobra a la joven que le acompañará, blanca y radiante, en una de esas escasas ocasiones en las que la gente se presenta ante el juez -por pura inconsciencia- sin temor alguno, con la sonrisa en los labios.
He oído por ahí que el ministro de Administraciones Públicas, Mariano Rajoy, en vez de hacer en otoño lo mismo que todo el mundo y contraer una gripe, o al menos un catarro, se dispone a contraer matrimonio, igual que su colega.
El brote epidémico-matrimonial detectado en el Gobierno de Aznar presenta diferentes sintomatologías. Obsérvese qué diferencia de bodas. La de Alvarez Cascos será con luz, taquígrafos y pase libre para la prensa del corazón y la prensa adusta, como corresponde a un noviazgo abocado a provocar la ovación final de los invitados. De la de Mariano Rajoy no se sabe nada: ni el día, ni la hora, ni el lugar, ni el rito. ¿Será una boda civil? ¿Será militar? Por no saberse, ni siquiera se sabe el nombre de la mujer que compartirá su futuro -una porción de su futuro, al menos- con el del ministro de Administraciones Públicas.
Son dos opciones. Cada cual es muy dueño de hacer con su vida privada lo que le dé la real gana, siempre que no moleste a nadie. Y a los demás -incluidos los periodistas- sólo nos toca atenernos a las reglas del juego que fijan los protagonistas: quien haya optado por exhibir sus amores en el escaparate, que no se queje luego de verlos enjuiciados en la plaza pública; reclame en cambio con todo derecho respeto para su intimidad quien se haya preocupado de hacerla merecedora de tal nombre.
Ese es mi criterio. No me pidan jamás complicidad las ratas del periodismo que se entrometen en la vida privada de aquellos que han decidido conservarla efectivamente en privado. Si se casan, como si se operan. Y si tienen amores a tres, como si los tienen a cientos. Pero que tampoco espere mi ayuda quien, tras dejar que su luna de miel se proyecte en sesiones de mañana y tarde, quiera impedir que el público asista también a la sesión de noche, con su plus de morbo.
En principio, ambas opciones son aceptables. John Lennon escribió una canción llamada Everybody's Got Something To Hide Except Me And My Monkey («Todo el mundo tiene algo que ocultar, excepto yo y mi mono») y actuó siempre en conformidad con esa desinhibida declaración de principios. Él era así. Si el vicepresidente (primero) del Gobierno y su pareja quieren hacer como John Lennon y Yoko Ono, nada hay de malo en ello. Quedará por ver, eso sí, hasta qué punto son consecuentes. Lennon y Ono no dudaron en dejarse fotografiar en la cama y en cueros. Algo me dice que el vicepresidente primero de Aznar preferirá detenerse en algún escalón más discreto.
De todos modos, para mí que la posición de Rajoy entraña, vista en conjunto, menos riesgos.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de octubre de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de octubre de 2011.
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