El Gobierno sostiene que propugnar el diálogo como instrumento de resolución de los diversos conflictos vascos -porque no hay sólo uno- supone, en la práctica, hacer el juego a ETA.
Es un criterio del que ETA no participa, como ha demostrado matando a Ernest Lluch, abierto partidario del diálogo: del diálogo en general, y, ya para empezar, del diálogo entre los partidos llamados constitucionalistas y los nacionalistas democráticos. «Mi padre creía que la vía que se sigue no es la buena. Mi padre creía en el lehendakari», dijo ayer, emocionada pero firmemente, una de las hijas del exministro de Sanidad asesinado, tras la multitudinaria manifestación de Barcelona.
Me temo que ésa sea una de las causas que hayan decidido a ETA a matarlo. Porque ETA no tiene ningún interés en el diálogo entre nacionalistas y no nacionalistas. Quiere implicar al PNV y a EA en su estrategia y, para eso, cuanto más se ahonde la brecha entre los dos grandes bandos políticos existentes en la sociedad vasca y entre sus representantes, mejor.
Poco a poco, el PSOE parece estar convirtiendo la defensa del diálogo con los nacionalistas en una de sus señas de identidad. Así cabe deducirlo, entre otros signos, de la fuerza e incondicionalidad con que ha subrayado ese aspecto de la personalidad política de Lluch a la hora de reivindicar su memoria.
Es una apuesta delicada. Tanto sobre el terreno de la política vasca como sobre el de la política española, globalmente considerada. Lo es, sobre todo, porque el nacionalismo vasco se ha hecho -y le han hecho- muchos enemigos, tanto en Euskadi como -sobre todo- fuera de Euskadi. No es una causa que vaya a atraer al PSOE a masas ingentes de votantes, precisamente.
Hay que reconocer, de todos modos, que, si bien es una política problemática, por lo menos es una política. Porque el seguidismo con respecto al PP que los socialistas han venido practicando en los últimos meses, en éste y en otros terrenos, estaba desdibujando sus perfiles de modo realmente alarmante. En el País Vasco corrían el serio peligro de que no pocos de sus seguidores tradicionales se decidieran por el voto útil, según una reflexión elemental: si de lo que se trata es de defender la misma política que el PP, para eso que lo haga el PP, que se la sabe mejor y tiene el respaldo del Gobierno central.
La apuesta del PSOE -si finalmente se decide a asumirla y llevarla adelante- es, ya digo, arriesgada. Pero no lo es menos la del PP, que ha decidido jugárselo todo a la misma baza: que en las próximas elecciones vascas se produzca un vuelco y Mayor Oreja se convierta en lehendakari. Porque su política de hostigamiento radical al PNV tiene fecha de caducidad. Si las urnas vascas vuelven a registrar una mayoría nacionalista, se queda con una mano delante y otra detrás.
El PP, tan dado a mezclar la política con los huevos, ha hecho algo que siempre se ha tenido por desaconsejable: ponerlos todos en la misma cesta.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (24 de noviembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de mayo de 2017.
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