Los periodistas especializados en asuntos capitalinos aseguran que el concejal de Movilidad del Ayuntamiento de Madrid, Sigfrido Herráez, es un reaccionario de tomo y lomo.
Se dejan engañar por las apariencias.
Visto por fuera, es cierto que don Sigfrido reúne todos los signos externos de un hitleriano, nombre de pila incluido. Pero eso es tan sólo parte de su técnica de camuflaje. Lo mismo que sus lazos familiares (un taxista me aseguró ayer que cree que es sobrino -o hijo, ahora no recuerdo muy bien- de un obispo).
En realidad, don Sigfrido es un peligroso anarquista.
Hay que dejar de lado las apariencias y fijarse en los hechos. Y los hechos demuestran que el tal Herráez realiza un concienzudo y sistemático trabajo de subversión del orden público. Ante sus realizaciones, el mismísimo Bakunin empalidecería de envidia.
La Navidad pasada montó una campaña de instalación de conos móviles de plástico por las calles de Madrid que sembró un caos casi perfecto. A punto estuvo de lograr su objetivo de hundir, ya que no el Estado -que es la bicha de todos los anarquistas-, por lo menos su capital.
A mí no me engañó. Enseguida me di cuenta de que era obra de un terrorista. Su Departamento es el verdadero Comando Madrid. Él no se conforma con provocar unas horas de confusión y pánico. Se las arregla para mantenerlo días y más días.
Ahora se ha metido en una guerra a muerte contra los taxistas afiliados a la cooperativa Radioteléfono Taxi. ¿Por qué? Porque han puesto publicidad en sus coches. Don Sigfrido dice que hay una ordenanza municipal según la cual todo taxista que quiera poner un anuncio en su vehículo tiene que pedirle permiso a él. Si la tal ordenanza existe -que existirá: seguro que la ha dictado él- es una arbitrariedad completa. Carece de justificación alguna. Es absurdo que él deje que los autobuses municipales lleven todos los anuncios que les salga de sus Nibelungos, y que incluso permita que haya autobuses que lo único que hacen es pasear anuncios, contribuyendo al caos circulatorio -otra muestra más de su fervor anarquista-, y que los taxistas, en cambio, tengan que rendirle pleitesía antes de comunicar a los viandantes que Vodafone es de puta madre.
Alega don Sigfrido que, si los taxis han de llevar anuncios, tienen que llevarlos todos, y repartirse los beneficios entre todos (incluyéndole a él, supongo). ¿A cuento de qué? Es como si pretendiera que, si los periódicos publican publicidad, tienen que repartirse los beneficios entre todos por igual. El típico reflejo comunistoide. Oiga, no, don Sigfrido: en una sociedad de libre mercado, cada cual se curra su parte, y se beneficia de ella en esa medida. Si los del Radioteléfono han logrado camelar a Vodafone, o como se llame esa cosa de teléfonos, se lo llevan ellos, y que los otros vayan diciendo que ya es primavera en El Corte Inglés, si se les pone.
Por si lo anterior fuera poco, don Sigfrido ha decidido aportar a la situación un punto de confusión adicional afirmando que se negará a negociar con los taxistas -cito literalmente- «hasta que no depongan su actitud». ¡Pero si es precisamente eso lo que están haciendo: no deponer su actitud! Si hubiera dicho «hasta que depongan su actitud», habría sido un rasgo de autoritarismo, pero por lo menos comprensible. Pero al exigirles que «no depongan» su actitud, ya el lío es completo.
Aunque en ese punto me entra la duda: ¿querrá don Sigfrido subvertir sólo la Movilidad Urbana o estará pretendiendo extender su corrosiva labor anarquizante también a los dominios de la gramática española?
Capaz.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (13 de noviembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2017.
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