Lo peor de Felipe González no es Felipe González. No es particularmente irritante que pueda haber alguien como él. Lo verdaderamente desmoralizador es que un individuo de su catadura moral e intelectual pueda contar con el previsible apoyo de un 30% de los electores de este país.
«Ellos han gobernando durante doscientos años -dice-, así que la alternancia debería permitirnos gobernar a nosotros hasta el año 2000, por lo menos». Y se supone que eso es un rasgo de ingenio. Y muchos -y muchas: contaba con un auditorio casi exclusivamente femenino cuando lo dijo- van y le ríen la gracia.
¿Quiénes son esos «ellos» que han gobernado durante doscientos años? Si alude a los privilegiados y a los señalados por el dedo de la fortuna -con minúscula, en este caso-, entonces no hay ninguna razón para que deje la cosa en dos siglos: puede subir la cuenta todo lo que le dé la gana. Y mejor que no excluya los últimos trece años. Porque aquí, si algo no tiene vuelta de hoja, es que la clase social que ha prevalecido durante los trece años de Gobierno felipista es la misma que se forjó en el regazo de Su Excremencia el anterior jefe del Estado (que no «jefe del Estado anterior»: pongamos el adjetivo en su sitio, no vaya a haber quien se crea que hemos cambiado de Estado).
De doscientos años para aquí -o sea, desde que Godoy hizo de rey-, y desde los mismísimos Reyes Católicos, si se tercia -que se terció-, sobre el solar hispano han gobernado en cierto sentido muchos y muy variados, y en otro sentido -en el más profundo- casi siempre los mismos. Tipos como Godoy, o como Primo de Rivera, o como el propio Felipe González, que también tiene su Martínez Anido particular, y hasta lo lleva de candidato.
¿A quién pretende engañar con ese «ellos» y ese «nosotros»?
Ya lo he dicho: a tres de cada diez votantes.
Y lo va a lograr. Patético.
«Ellos» -les contó anteayer a sus alborozadas seguidoras- son unos perfectos machistas. Tenía la prueba: en una entrevista, hace seis días, José María Aznar afirmó que la virtud que más aprecia en los hombres es «la responsabilidad» -le debe encantar González: su responsabilidad es enorme-, en tanto que lo que más le gusta en las mujeres es «que sean mujeres». Machismo en estado químicamente puro, en efecto. Pero, ¿quién hacía la crítica? Un auditorio femenino que clamaba, como un solo hombre (sic): «¡Felipe, machote, acaba con "el bigotes"!».
Primos hermanos -«ellos» y «nosotros»-, igual de «machotes», igual de amigos de Botín y Cuevas -¿qué hubiera sido de González sin ellos?-, igual de amigos de la cría caballar -Sarasola, Leguina, Gallardón-, igual de apuntados al eterno caballo ganador.
«Los mismos perros con distintos collares», sí. Pero con un drama añadido: el de ese 30% que quiere volver a ponerse el piojoso collar de González en su propio cuello.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de febrero de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de febrero de 2012.
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