Mi buen amigo Gervasio Guzmán está particularmente cabreado conmigo por mi defensa de la huelga general del 20-J.
–Pero ¿qué tienes contra una ley que lo único que pretende es luchar contra la vagancia? Tú sabes que hay gente que se instala en el paro y que, mientras cobre un subsidio, no va a hacer nada por conseguir empleo. O que está trabajando en chapuzas que cobra en negro y se lleva también lo del paro, con lo que se afana dos sueldos. ¿Te parece bien eso?
Tengo tantos argumentos contra su posición que no sé ni por dónde empezar.
Debería arrancar, tal vez, por recordarle que hay un principio elemental que desaconseja que paguen justos por pecadores. Si hay gente que trabaja y cobra el paro –que la hay, ya lo sé–, que actúe la Inspección de Trabajo, que para eso está. Pero que no se aproveche el Gobierno de las irregularidades de los falsos parados para maltratar a los verdaderos.
Habría de continuar señalándole en qué consiste hoy en día, en muchísimos casos, eso que él llama «empleo». La cantidad de gente que es contratada cada lunes, despedida el viernes y recontratada el lunes siguiente, para que su empleador pueda librarse de pagarle el fin de semana. Y la que es despedida el 31 de julio y vuelta a contratar el 1 de septiembre, para que se costee ella misma las vacaciones. Y la que trabaja diez y doce horas diarias sin papeles y por sueldos que serían de risa, si no fueran de llorar.
No estoy pensando sólo en los plásticos de El Ejido, en los frutales de Murcia o en los campos de claveles de Cataluña. Pienso también en muchos otros sitios y otros muchos sectores. El de la Prensa en Madrid, sin ir más lejos.
Conseguir un empleo precario, agotador y mal pagado no es precisamente la perspectiva más animante.
Se nos dice que en toda Europa se están recortando los beneficios del llamado Estado del Bienestar, y es cierto. Pero no es lo mismo bajar de 70 a 50 –que es lo que está sucediendo en Francia, Gran Bretaña, Alemania o Italia– que descender de 40 a 20, como se trata de hacer aquí. Después de años de ofensiva neoliberal, los trabajadores de la Europa próspera siguen gozando de ventajas muy superiores a las que jamás hayan tenido los trabajadores españoles. La cobertura del paro, las ayudas para vivienda o los subsidios familiares que todavía rigen en la mayor parte de la Europa rica están muy por encima –a veces descomunalmente por encima– de sus presuntos equivalentes españoles. En lo único en lo que España se está acercando vertiginosamente a sus socios europeos es... en el coste de la vida.
Me entra la risa cuando oigo que el Gobierno va a llevar al Congreso el decreto del viernes 24 de mayo, para que sea tramitado como ley. Quiero ver con qué cara hablan de luchar contra la vagancia los diputados y diputadas, muchos de los cuales cobran su buen sueldo por pasarse sesión tras sesión mirando las musarañas, limitándose a apretar el botoncito de rigor cuando llega el momento de votar. Y eso los que van.
Me gustaría, ya de paso, que alguien les preguntara qué apartado de la nueva Ley se aplicará para lograr que no haya vagancia en el mando de las Fuerzas Armadas, ni en la Administración, ni en el clero subvencionado.
Por lo demás, ni la ley afecta sólo a quienes rechazan ofertas de trabajo de manera reiterada con intención fraudulenta, ni la huelga –al menos tal como yo la concibo– está para protestar sólo por el contenido específico de ese decreto concreto. Es también un modo de plantarse ante una política económica general que privilegia del modo más descarado a quienes tienen ya más y que castiga por las más diversas vías –incluida la impositiva indirecta– a quienes cuentan con menos recursos. Sirve para decirle a Aznar que ya le vale, y para decírselo en el momento en el que más le puede zumbar en los oídos.
¿Que los dos sindicatos de más campanillas hubieran debido plantearse mucho antes, en vez de firmar todo lo que les ponían por delante, en plan «ande yo caliente y ríase la gente»? Cierto.
¿Que la gente que está en condiciones más precarias y más motivos tendría para protestar es precisamente la que más dificultades tendrá para hacer huelga –por contar con empleos que penden de un muy frágil hilo– o sencillamente no podrá, porque para dejar de ir a trabajar lo primero que se necesita es tener un trabajo? Cierto también.
Ésta no es, desde luego, la huelga que más me gustaría. Pero es la que hay.
A cada cual le toca definirse. Debe decidir en qué cómputo quiere figurar el 21 de junio.
Yo no tengo ninguna duda sobre el particular.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (2 de junio de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de abril de 2017.
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