Dice el Gobierno, dice el PP, dice el PSOE y -por lo que parece- dice también Izquierda Unida que la soberanía española sobre Ceuta y Melilla es «indiscutible».
La verdad es que el adjetivo resulta poco afortunado. En un régimen de libertades, nada es indiscutible. Hay, eso sí, cosas que nadie discute, de puro evidentes. Indiscutidas, más que indiscutibles.
¿Es indiscutible que Ceuta y Melilla «son y serán siempre españolas», como dijo el pasado sábado Rodríguez Zapatero? Pues no. Es muy discutible. De hecho, yo tengo ganas de discutirlo, y me sé de bastante gente que también quiere hacerlo -unos a favor, otros en contra-, y de mucha, muchísima más, que no lo discutirá en voz alta, para no meterse en líos, pero que no ve el asunto nada, pero que nada claro.
¿Ceuta y Melilla, españolas para siempre, sea como sea y cueste lo que cueste? Yo veo argumentos para defender la permanencia de las dos ciudades dentro del ámbito del Estado español (casi todos referidos al mantenimiento de la calidad de vida política y social de sus habitantes) y otros, más doctrinales, que avalan el anhelo marroquí de verlas integradas en su territorio. Lo que no creo que aporte nada de valor al debate -porque debate va a haber, ya digo, les guste o no- son las proclamas retóricas, como ésa tan repetida últimamente según la cual Ceuta y Melilla son «tan españolas como Sevilla», o como esa otra que cree resolver el expediente alegando que ambas ciudades llevan «siglos y siglos» bajo soberanía española. Las afirmaciones de ese tenor provocan una reacción contraria a la pretendida, por lo menos en quienes recordamos que exactamente lo mismo decían los mandamases españoles de los años 60 a propósito de las provincias de Fernando Poo y Río Muni, «tan españolas como Burgos» y «nuestras desde 1777», según el agitprop de la época. Aquellos tipos pasaron sin transición de estar dispuestos a luchar «hasta la muerte» por la permanencia de las dos provincias dentro de «la sagrada unidad de la patria» a concederles la independencia, así que las potencias occidentales presionaron a favor de esa salida.
El que ha visto ya un ridículo como ése los ha visto todos, de modo que les recomendaría que no sellaran demasiados juramentos con vocación de eternidad y que se fueran estudiando en detalle el expediente de lo innegociable. Por si acaso acaban viéndose en la obligación de negociarlo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (5 de agosto de 2002) y El Mundo (6 de agosto de 2002). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 14 de enero de 2018.
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