Se hace difícil no simpatizar en un primer momento con la decisión que ha adoptado la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, que ha descalificado ocho películas candidatas al Óscar a la mejor película de habla no inglesa argumentando que, en unos casos en lo esencial y en otros en su integridad, estaban rodadas en inglés, lo que las invalida para participar en esa modalidad. Algunos miembros del comité de selección han hecho público su enfado ante el hecho de que películas cuyos diálogos y detalles de ambientación aparecen en inglés se presenten como representativas de la cinematografía de países de habla no inglesa.
Me sería imposible no estar de acuerdo con ese enfado, porque yo mismo lo he sentido muchas veces. Me irrita la creciente tendencia a rodar en inglés sea cual sea el país de origen de la película y el idioma en el que se supone que deberían hablar los personajes en razón de su origen cultural.
Pero, así que uno se dispone a aplaudir la decisión, se queda con las palmas en el aire, reflexionando. Preguntándose, por ejemplo, por qué la Academia de Hollywood no ha criticado nunca la estrafalaria costumbre de las películas de producción estadounidense -o sea, las suyas propias- filmadas en sitios de habla no inglesa, en las que no sólo todo el mundo habla en inglés, con independencia de que la conversación se produzca entre personas que tienen todas ellas otra lengua materna, sino que también -cosa verdaderamente fantástica- todos los carteles publicitarios, las señales de tránsito y hasta los nombres de las tiendas aparecen en inglés. ¿No les produce eso desagrado? Se ve que no, porque no dicen nada.
Pero el problema fundamental que se plantea en este asunto no es de papanatismo, sino de sumisión. De sumisión a las leyes de un mercado dominado por las grandes distribuidoras norteamericanas y, por vía de consecuencia, por el cine en lengua inglesa, que es el que cuenta con más facilidades de distribución. Una película en lengua castellana, francesa o alemana tiene difícil acogida no sólo en el potentísimo mercado de los EEUU, sino incluso en los demás países en los que no se habla el idioma en cuestión y en los que el inglés funciona cada vez más como segunda lengua. Y si eso vale para películas rodadas en lenguas tan extendidas por el mundo como el castellano, no digamos si el idioma de origen de la película se circunscribe a una zona muy limitada del planeta.
La industria radicada en Hollywood ha contribuido de manera decisiva a que la situación sea ésa, imponiendo sus leyes de hierro a la casi totalidad de la cinematografía mundial. Que ahora se las dé de estricta y de crítica ante las consecuencias de la situación que ella misma ha creado no pasa de ser otro ejercicio más de hipocresía, de los muchos a los que nos tiene acostumbrados.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (30 de diciembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de diciembre de 2017
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