Ayer fue día de abundante y feliz correspondencia. Tuve cumplida noticia de amigos y amigas que hacía tiempo que no me daban cuenta de sus andanzas.
Es reconfortante sentir el aprecio que te tiene la gente que ocupa un lugar en tu corazón (o en tu memoria, o en tu pensamiento: como se quiera).
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Antes había estado escribiendo la columna de hoy para El Mundo.
Es muy entretenido escribir. Suelo decir –medio en broma, pero también, claro, medio en serio– que es la ocupación que más me gusta dentro de las que se suelen realizar en posición sedente.
De modo que lo pasé bien. Pero me fastidió dejarme en el coleto algunas ideas que venían a cuento, pero no encajaban.
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La columna, considerada como género periodístico, tiene bastantes limitaciones.
Dos de ellas pueden resultar particularmente irritantes.
Una es la rigidez de la extensión. Es lo que suelo llamar «la dictadura del maquetariado». Conforme a la maqueta de la página, tú tienes que escribir una columna de tantas líneas. Ni una más ni una menos. Y si veinte líneas antes del límite has agotado el tema, ahí te las apañes. Lo mismo que si llegas al final y te quedan un montón de cosas por decir.
El otro gran inconveniente de la columna de periódico es la necesidad que te plantea de desarrollar una idea y sólo una idea.
El artículo de fondo permite el despliegue de un conjunto de razonamientos. La columna, no. Hay entre ambos géneros la misma diferencia que separa la conferencia del mitin. En una conferencia puedes enrollarte; en un mitin, debes ir al meollo y no apartarte de él.
Cuando escribes una columna tienes que ir descartando, por mucho enojo que te produzca, todas las ideas que aparecen a ambos lados del camino invitándote a la digresión.
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Es –dicho sea por resumir– todo lo contrario de lo que estoy haciendo hoy en este apunte.
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Bueno, a lo que iba.
Estaba yo escribiendo sobre la visita del tal Jeb Bush a España cuando, de pronto, me di cuenta de la razón por la cual el hermanísimo se había venido a este rincón del imperio a hacer zalamerías.
John Ellis tuvo dos encuentros con Aznar. Y, según admitieron después sus respectivos servicios de prensa, hablaron mucho sobre el peso creciente del mundo hispano en los EUA y –cito tal cual– «sobre la importancia de que lo hispano tenga en los Estados Unidos un significado decididamente occidental, alejado de cualquier tentación indigenista».
Pocas semanas después, atendiendo a la His Master’s Voice, Aznar se montó una gira por las zonas de más presencia hispana dentro de los EUA. La dedicó básicamente a resaltar la importancia en la Historia de América del papel de España, Europa, Occidente, etcétera, y a pedir a los hispanos que se fijen en eso y se dejen de zapatiestas y zapatismos.
No tenía ayer espacio en la columna para meter esa referencia. Y, además, habría distraido del razonamiento principal, pese a que, en realidad, lo reforzaba.
En fin, cosas mías. Pavadas de columnista.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (23 de agosto de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de octubre de 2017.
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