Se ha convertido ya en un tópico afirmar que el proceso que llevará –que se espera que lleve– a la desaparición de ETA y a la normalización de la vida política vasca va a ser «largo y difícil». Casi todo el mundo se dice de acuerdo en ello, pero el hecho es que, así que se atisban algunas dificultades, por menores –menores en comparación con tantas otras experimentadas en el pasado– y por confusas que sean, ya los hay que quieren dar el proceso por finalizado. Demuestran que lo que esperaban era todo lo contrario: un camino corto y fácil.
Pero no; es verdad que será, muy probablemente, largo y trabajoso. Entre otras cosas, porque a lo largo de ese camino se van a producir cambios que obligarán a resituarse a aquellos que se encuentren en posición menos favorable para asimilarlos.
Eso es algo que ya ha empezado a suceder.
Tomemos el caso de la izquierda abertzale. Sus dirigentes han dado un paso muy importante, optando por el famoso «alto el fuego permanente» sin ninguna contrapartida. Es algo que ellos han entendido que se imponía, pero una parte no desdeñable de su base social dista de verlo claro. Quizá la mayoría de la opinión pública española lo ignore, pero convendría que supiera que si el anuncio del alto el fuego se ha demorado tanto es porque el alto mando de la izquierda abertzale ha tenido que hacer un intenso trabajo de persuasión entre los suyos. Un trabajo cuyos resultados están todavía prendidos con alfileres. Hará falta tiempo para que digieran por completo la nueva situación.
La situación de Mariano Rajoy es también delicada. No ya sólo las encuestas: su propia observación personal tiene que estar diciéndole que hay un fuerte deseo colectivo de que llegue a buen término lo que se ha puesto en marcha. Boicotearlo puede tener un fuerte coste electoral. Y no le conviene nada que Zapatero rentabilice en exclusiva el cese de la violencia terrorista. Pero un partido tan ideologizado como el PP no puede frenar su inercia y variar de política de un día para otro en un aspecto tan importante. De introducir cambios, deberá abrirles paso poco a poco, de modo que tanto el partido como sus seguidores puedan ir digiriéndolos.
Zapatero tampoco puede permitirse ninguna frivolidad. Un sector amplio e influyente del PSOE y muchos de sus votantes están al acecho. No sólo los reveses, sino incluso las precipitaciones pueden acarrearle graves contratiempos. Tiene que ir avanzando con pies de plomo, asentando cada paso y consolidando cada avance antes de disponerse a dar el siguiente. También él ha de asegurarse de que los suyos han digerido bien la comida anterior, antes de ponerles sobre la mesa la siguiente.
No se trata de resignarse a que el camino sea largo. Es que, en buena medida, interesa que lo sea. Para que nadie se indigeste.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de abril de 2006).
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