Me sorprende que no sorprenda el modo de funcionamiento interno que se está imponiendo en los dos grandes partidos españoles: los compromisarios eligen al líder supremo, que tiene luego libertad para configurar a su gusto los órganos supuestamente colegiados de dirección. Se ha pasado del sistema piramidal, en el que los responsables de los sucesivos niveles van siendo elegidos de abajo arriba, a un sistema presidencialista.
Así funcionaban las primeras dictaduras de Roma. A diferencia de las posteriores, inauguradas por Sila y César y vigentes de uno u otro modo hasta nuestros días, aquellas dictaduras no tuvieron su origen en actos de fuerza. La labor de dictador recaía en el elegido por los cónsules. Una vez electo, asumía, eso sí, la práctica totalidad del poder ejecutivo.
Es lo que vimos ayer en el Congreso del Partido Popular: los modernos cónsules designaron al dictator quien, una vez investido de la autoridad correspondiente, pudo empezar a hacer y deshacer a su guisa.
Ocurre que su guisa -lo mismo que la del dictator del PSOE- es de natural pastelero. En lugar de aprovechar los amplísimos poderes puestos en sus manos para marcar una línea y elegir a las personas idóneas para llevarla a la práctica, Rajoy, lo mismo que Rodríguez Zapatero en su momento, ha optado por cocinar una dirección en la que tienen representación todos los grupos de presión -«todas las sensibilidades», que dicen los amigos de los eufemismos- con influencia en el partido.
Como pasteleros profesionales, tanto Rajoy como Zapatero tratan de asegurar la paz interna repartiendo el pastel del poder entre todas las banderías -las taifas- que pululan en sus dominios.
Supongo que no tienen más remedio, si quieren evitar el estallido inmediato de unas u otras rebeliones internas. Pero el pasteleo no las resuelve: las pospone.
Rajoy tiene en estos momentos crisis abiertas en Galicia, en el País Valenciano, en Almería y en Castilla-La Mancha. Ha fabricado una dirección de paños calientes, en la que hay un poco de todo, pero las contradicciones de fondo siguen intactas. Y él tiene un problema que a Rodríguez Zapatero se le presenta en muy menor medida: cada vez cuenta con menos poder para repartir. Porque el reparto del poder es el instrumento más eficaz que existe para el apaciguamiento de las tensiones internas.
El sistema organizativo neodictatorial al que se atiene el PP ha puesto en manos de Rajoy un enorme poder interno. Pero no está en condiciones de emplearlo para hacer nada mínimamente enérgico.
En ese sentido, está en las mismas que Zapatero. Son dictadores sin dictadura.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (3 de octubre de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de julio de 2017.
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