Al Día de la Mujer Trabajadora se le puede objetar todo.
En primer lugar, no es correcto el uso que se hace del adjetivo «trabajadora», convirtiéndolo en sinónimo de «asalariada». Se desdibuja con ello el hecho de que muchísimas mujeres -la mayoría- realizan trabajos socialmente necesarios por los que no perciben un salario sujeto a nómina. Una cosa es que a las labores domésticas se les niegue el valor de cambio que debería corresponderles, lo mismo que se hacía en tiempos con el servicio militar, y otra muy distinta que limpiar, cocinar, cuidar de las criaturas y de la gente anciana, etcétera, no implique un gasto de fuerza de trabajo, por mucho que se realice en el ámbito familiar. Ya nos prevenía Machado: «Es de necios confundir valor y precio».
En segundo término, no es positivo referirse a «la mujer», en singular, porque eso favorece las consideraciones esencialistas y las reivindicaciones uniformizadoras, que desdeñan las grandes diferencias que existen entre unas y otras mujeres, producidas por sus diversos orígenes sociales, geográficos u otros. Una denominación que equipara a Ana Botella o a Condoleezza Rice con una trabajadora fabril de Taiwán o una campesina de Liberia -permítanme la extravagancia- no tiene gran utilidad para el análisis social.
En fin, también es objetable que se dedique un día específico a recordar realidades y necesidades que deberían estar en primer plano durante todo el año, sin descanso. Una conmemoración así puede servir incluso de coartada a más de uno. Como le dijo un niño de primaria a su maestra cuando ella recordó que ese día se celebraba la jornada anual de repudio de la violencia contra las mujeres: «¡Ah! Entonces, ¿mañana ya podré volver a pegar a las niñas?»
Es cierto: al Día de la Mujer Trabajadora se le puede objetar todo.
Pero no más que a tantos otros días dedicados a esto o a lo de más allá. ¿Cómo no señalar la incongruencia del 1 de Mayo, oficialmente considerado Fiesta del Trabajo? Si es fiesta, no hay trabajo; si hay trabajo, no es fiesta. Sin contar con la gracia que supone dedicar un día concreto a los trabajadores. ¿Un día al año para ellos y los 364 restantes para quienes los explotan?
Pero no he visto nunca que nadie maldiga el 1 de Mayo, mientras que no pasa 8 de Marzo sin que el uno o el otro reitere las consabidas objeciones a la celebración de la jornada en cuestión.
Yo tengo una crítica contra el Día de la Mujer Trabajadora. No contra la jornada en sí, sino contra el modo en que se celebra. A saber: creo que debería ser realmente una fiesta para las mujeres. Que cada 8 de Marzo quedaran dispensadas de toda obligación o tarea, remunerada o no, doméstica o extradoméstica.
Estaría muy bien para ellas. Y estoy seguro de que resultaría la mar de aleccionador para muchísimos hombres.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (8 de marzo de 2005) y El Mundo (9 de marzo de 2005). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 19 de noviembre de 2017.
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