A punto de irme a la cama, derrengado, en calzoncillos, sitúo mi triste figura ante el espejo. ¡Loado sea Dios! Menos mal que no hay nadie que pueda fotografiar mi desvencijada estética: a lo peor el día de mañana alguien publicaba las fotos, y todo quisque se metía a criticar mis curvas à poil y mi alopecia, tomadas como prueba fehaciente de mi innata sordidez.
Es un riesgo que, obviamente, no corren quienes han hecho estos días escarnio de Luis Roldán a costa de las fotografías de su «orgía»: ellos están provistos de un tipazo que haría empalidecer de envidia a Richard Gere, y ellas es obvio que decidieron dedicarse al cotilleo por pura condescendencia, para que los productores de cine y los modistos no despidieran a patadas a Michelle Pfeiffer, Linda Evangelista y todas las otras. Por eso pueden permitirse hablar de lo ridículo que está Luis Roldán desnudo, calvo y adiposo; de la horrible celutitis de una de sus compañeras de «orgía» y de la cutre cicatriz de cesárea de la otra.
Pero, aunque su gran belleza les permita mostrarse crueles con el físico de los demás, deberían ser un poquitín más caritativos. Los feos también tenemos nuestras necesidades y nuestros apetitos. No podemos estar siempre vestidos. Y ocurre que en ocasiones, incluso, nos topamos con gente a la que no le repugna del todo que nuestro físico vulnere los cánones de la belleza griega. Y hasta son capaces de contemplar nuestra desnudez sin sentir arcadas.
Otra objeción con destino a estos escandalizados: quizá sean expertos en belleza, pero de orgías no tienen ni pajolera idea. En una orgía que se precie, el personal no anda tapándose púdicamente las intimidades, ni posa mondado de risa ante la cámara. O mucho me equivoco, o lo que se contempla en las fotos de marras no son sino escenas de un «juego de prendas» de los que a menudo se celebran en reuniones de amiguetes. Roldán y los suyos se divertían así. ¿Y qué? Con eso -estrictamente con eso- no hacían daño a nadie, por feo que se le vea a él y por celulíticas que aparezcan ellas.
Me repele que se ataque a la gente por su aspecto físico. No soportaba que al general Franco se le ridiculizara por bajito, cuando había tantos motivos éticos para hacerlo. Me indignó que se gastaran bromas con la gordura del golpista García Carrés. Y me puso a cien que Beiras zahiriera a Fraga por viejo. Con lo de Roldán me pasa igual: para condenarlo, me basta y me sobra con el daño social que ha causado. Su fisonomía y su vida sexual me son indiferentes.
Escarnecer a una persona por aquello que no elige -su físico- o por los aspectos de su intimidad que a nadie dañan -si se lo monta así o asao, con dos o con cien-, es tan zafio como reaccionario.
Quienes han incurrido en esa bajeza sí que han mostrado sus feas vergüenzas en público.
Ellos sí que se han retratado.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de mayo de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de mayo de 2011.
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