El caso de Adolfo Pastor, que ha pasado de defender a las Comisiones, con mayúscula, a hacerse millonario con el cobro de comisiones mayúsculas, es solamente uno entre tantos, y si merece atención periodística -o sociológica, o antropológica- no es como rareza, sino como paradigma.
Parto del criterio de que nadie cambia de manera tan definitiva en un santiamén. «No se hiela el río a dos metros de profundidad en una sola noche», dice un sabio refrán chino. Uno no deja la oposición al sistema social imperante y se dedica al disfrute de sus beneficios como quien opta entre el cine y el teatro. Entre el Adolfo Pastor comunista y el Adolfo Pastor comisionista, con independencia de lo que asomara a la luz, digo yo que han tenido que existir muchos otros Pastores intermedios: el Pastor militante comunista que desea convertirse en un señor de posibles; el Pastor que simultanea sus funciones de teórico del cambio social con las de práctico del cambio personal; el Pastor que es ya Pastor Alonso del Prado SA pero aún conserva ciertos signos externos de su militancia... Y así hasta lo de ahora, que ya ven.
Ignoro el detalle de la peripecia de Adolfo Pastor, pero me sé de muchas otras semejantes, y aun más espectaculares. El gran aparato del Poder, de todos los Poderes -del Estado, de la industria, de las finanzas-, está hoy atiborrado de ex revolucionarios que hace apenas dos décadas se declaraban del todo hostiles a esos mismísimos Poderes en cuya defensa -y en cuya gestión- se muestran ahora tan diligentes.
Es un fenómeno que sugiere diversas reflexiones. Me pregunto, en particular, si la reconversión de tantos revolucionarios de antaño en gente de orden hogaño no puede ayudar a entender por qué muchas revoluciones triunfantes tienden a hundirse con pasmosa frecuencia en los pantanos de la burocracia y el arribismo: hay sobrados motivos para deducir que el afán de medro es una constante en la raza humana; que son los límites de la realidad los que encauzan a los ambiciosos por un rumbo o por otro.
«El Poder no corrompe; el Poder desenmascara», sentenció Rubén Blades hace meses, cuando vino a darse un garbeo musical. Pues se ve que aquí tenemos una verdadera legión de gente con unas ganas enormes de desenmascararse. Una vez perdida la ocasión histórica de desenmascararse como gobernantes de la revolución, se han puesto al servicio de las demás posibilidades de desenmascararse, convirtiéndose en subsecretarios, viceconsejeros, directores generales, intermediarios de altos vuelos, gabineteros de Prensa, expertos en imagen (en la de otros), asesores financieros o especuladores inmobiliarios.
Son como Mahoma y la montaña. Ya que el Poder no se acercó por donde estaban ellos, se han visto obligados a peregrinar ellos hasta donde se encontraba el Poder. No hubo sorpresa: les estaba esperando.
Javier Ortiz. El Mundo (21 de septiembre de 1991). Subido a "Desde Jamaica" el 4 de octubre de 2010.
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