Soy vasco. Me siento vasco. Nunca jamás me ha asaltado la tentación de catalogarme como ciudadano del mundo: nadie lo es. El origen nos explica a todos: la infancia, la familia, los amigos, el entorno, la lengua.
Ningún país es mejor que otro y nadie es más que nadie, según el buen dicho castellano. Pero me parece razonable que las personas tengan debilidad por su tierra y su gente. Yo la tengo. Las guardo más que aprecio: es en su compañía donde más me reconozco, donde más familiar me encuentro.
Y, sin embargo, tengo claro que no puedo vivir allí. Es triste, pero es así.
Trataré de explicarlo.
Lo mío es escribir. Me gusta escribir, y me gusta escribir sobre la realidad política.
Ausente de Euskadi desde 1970, tan solo había vuelto de visita. Entre 1991 y 1992, por imperativo profesional, hube de instalarme en Bilbao. Pasé un año. En ese plazo, publiqué todo lo que se me ocurrió que podía ayudar a racionalizar la política vasca. Todo: lo que creí importante, lo que juzgué menos importante y aquello que ni siquiera a mí me parecía de mayor interés. Fue apenas un año. Y aún me sobró tiempo.
Aparentemente, la vida política vasca tiene muchas vertientes. Pero, en la práctica, solo posee una. Todos los temas son el mismo tema. Escriba uno sobre lo que escriba, siempre acaba escribiendo de lo mismo. El efecto, para alguien que no aspira a monógrafo, es deprimente.
Comprendí que, además, da igual lo que uno escriba. Todo el mundo está en posiciones tan herméticas que es estéril cualquier intento de introducir una cuña en su cerebro, así sea sólo para que le entre un poco de aire libre.
Y luego están las banderías. Mis viejos amigos de los 60 eran todos antifranquistas. Cada cual a su modo: los había comunistas, socialdemócratas, nacionalistas... Todos convivíamos sin mayor problema. En caso de necesidad, hasta nos echábamos una mano. Cuando regresé diez años después, me encontré con que formaban dos bandos totalmente irreconciliables. Ni se hablaban.
Luego todo ha ido a peor.
Vivir fuera de Euskadi me libra de dos condenas. No tengo por qué deprimirme ante la evidencia de que no sé qué más decir sobre el maldito contencioso. Y, a la vez, puedo ahorrarme el penosísimo espectáculo diario del odio y el enfrentamiento entre gentes que aprecio.
Euskadi es, a la vez, un paraíso y un infierno. Es un paraíso: me gusta imaginar que algún día, ya viejo del todo, podré retirarme a escribir bajo su cielo de grises y sol tibio, en un caserío, cerca del mar -ese mar cuya ausencia tanto me ahoga-. Pero, a la vez, sé que sueños como ése serán imposibles mientras continúe la soterrada guerra civil que miles de corazones alimentan: ese infierno que escupe su fuego a través de tantas brechas.
Euskadi está muy mal. Me duele oírlo y leerlo. Pero, por lo menos, no estoy obligado a verlo cada día. No creo que pudiera soportarlo.
Javier Ortiz. El Mundo (8 de marzo de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de marzo de 2011.
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Escrito por: alfredo.2012/07/07 13:46:0.834000 GMT+2