Hace algo así como 17 años, una organización de estudios medioambientales con sede en Londres, Earthscan, me envió un impresionante informe que había realizado analizando el trasfondo político y social de los llamados «desastres naturales». Titulado ¿Desastres naturales o desastres del hombre?, se componía de unas 200 páginas de contundencia apabullante. Aquel estudio cambió radicalmente mi manera de ver los fenómenos de ese género.
Lo primero que demostraba es que los fenómenos catalogados como «desastres naturales» -terremotos, maremotos, huracanes, ciclones, inundaciones, erupciones volcánicas, etcétera- tienen consecuencias radicalmente distintas según se produzcan en países ricos o en países pobres. Eso se ha convertido ya en un tópico, pero entonces era una conclusión novedosa: los medios de comunicación se tomaban esos sucesos como puras fatalidades. Ahora todos sabemos que las construcciones débiles y los poblados de chabolas, construidos de cualquier manera y en cualquier lado, son víctimas propiciatorias, en tanto los edificios antisísmicos y los poblamientos bien planificados, buscando las zonas de asentamiento menos conflictivas, encajan mucho mejor los golpes de la Naturaleza.
La segunda conclusión a la que llegaba el informe, aunque era -y siga siendo- tan importante o más que la anterior, no ha calado de la misma manera en la opinión pública. Demostraba Earthscan que, cuando un país pobre sufre un desastre de ese género, lo más mortífero no es nunca el fenómeno natural propiamente dicho, sino la pésima calidad de los trabajos de socorro puestos en marcha a continuación. La radical insuficiencia de los medios disponibles, la mala calidad de las infraestructuras de las áreas afectadas, la preparación técnica prácticamente nula de los equipos humanos dedicados a las labores de auxilio y la corrupción de las autoridades, que muy frecuentemente tratan de hacer negocio con la ayuda internacional, son siempre factores mucho más desastrosos que el desastre inicial.
A veces eso puede dar frutos inesperada y paradójicamente positivos. En su estudio de 1984, Earthscan analizaba en detalle los efectos sociales que se derivaron de los terremotos que habían sufrido pocos años antes Nicaragua e Irán y demostraba que el comportamiento venal e inhumano que tuvieron los regímenes de Somoza y el Sha Reza Palevi en aquellas circunstancias fue un factor que contribuyó decisivamente al hundimiento de ambos.
No creo que vaya a ocurrir nada así en El Salvador, por más que mi confianza en la actuación de sus autoridades sea poco menos que nula. La comunidad internacional se encargará de maquillar convenientemente lo sucedido. Durante un par de semanas, se volcará en la zona. Los telediarios no pararán de hablar de la ayuda humanitaria. Y una vez que la situación esté bajo control, se volverán para casa, dejando al pueblo de El Salvador un peldaño por debajo de su miseria anterior. Y con los mismos gobernantes dilapidadores y corruptos que consiguen convertir cualquier estallido de la Naturaleza en un desastre específicamente social.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (15 de enero de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de abril de 2017.
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