Trato de salir de Valencia en coche, aún semidormido.
Me pierdo varias veces. Es mi sino. Siempre me ocurre. Imagino que los ayuntamientos colocan las señales de tráfico dando por hecho que los conductores tienen un sentido de la orientación mucho mejor que el mío.
Hace un día luminoso, radiante, que invita a marchar a la orilla del mar. No hace al caso.
Enfilo por fin la carretera de Madrid. Hace años que no tomaba ese camino. La última vez -era un comienzo de verano- me tocó soportar un atasco inaguantable. Hoy hay poca circulación.
Paso larguísimos viaductos, algún túnel. Llego a las Hoces del Cabriel. «Así que éste fue el motivo de la gran bronca», pienso. Veo desmontes brutales, intuyo valles escondidos, atravieso paisajes damnificados. Paso por delante de un letrero de aviso que parece una broma: «Paraje natural», dice. ¿Natural? Tal vez lo fue.
Pero dos horas y media después entro en Madrid. Sólo dos horas y media después.
1991. Estoy en Bilbao. La gente de la Coordinadora contra la Autovía de Leizarán ha venido a vernos para contarnos, con ayuda de un vídeo muy bien hecho, por qué se opone al trazado oficial previsto para la nueva autovía que debe unir Navarra con Guipúzcoa.
Un profesor de la Universidad del País Vasco, sentado a mi lado, dice que antes de entrar en harina quiere hacer una pregunta previa a los de la Coordinadora.
-¿De dónde venís?
-De Donosti -contestan.
-¿Por dónde habéis venido? -vuelve a preguntar.
-Por la autopista -responden.
-Por la autopista. Entiendo -concluye.
La autopista Irun-Bilbao es, sin duda, uno de los destrozos medioambientales más salvajes que se haya realizado jamás en la Península Ibérica. Es como si la hubiera imaginado un fanático partidario de que no haya cacharrería sin su elefante. Pero, desde que existe, el trayecto entre Donosti y Bilbao dura menos de una hora. Antes llevaba cuatro.
Ahora hay una gran polémica sobre el trazado que debe tener la autopista Burgos-Santander. He hecho el recorrido decenas de veces, tanto por El Escudo como por Reinosa. Los dos son horribles.
Los ecologistas ponen mil pegas al proyecto. Todas razonables.
La Naturaleza merece respeto: la de Valencia, la de Cuenca, la de Guipúzcoa, la de Navarra, la de Vizcaya, la de Cantabria. Toda. Pero también merece respeto la gente que está obligada a viajar. Me encanta despotricar contra los atentados medioambientales. Pero todavía más disfrutarlos.
Javier Ortiz. El Mundo (19 de enero de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de enero de 2011.
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